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jueves, 17 de marzo de 2011

TERAPIAS ALTERNATIVAS




Dicen los que saben, que el oficio de escribir aparte de ser un arte, tiene que tener una parte. O sea, que hay que tener una organización para discurrir. El discurso (latín, discurro,-i, -cursum) nos dice que tiene que ver con ‘correr de una parte hacia otra’. Otra acepción que da el VOX es ‘acudir’. Loquísimo que las palabras sean la forma de correr. Me puse a pensar qué icónico es el lenguaje en sí. Un caso raro fue cuando un alumno con quien no tenía lo que se dice ‘transferencia/cercanía/vínculo’ me haya pedido “Srta. Karina por favor, sería tan amable, si no es molestia de permitirme ir al baño?”, cuando al final del año terminó diciendo: “Voy al baño!”, y el flaco se paraba y se iba. Las palabras son materialidad pura para quienes hacemos caldos de ellas. Caldos y sopas. A veces no entiendo bien, pero pienso qué hubiese sido de mí sin las palabras. Porque en los gestos no me hallo. No me ha YO. YO no soy la de los gestos. Soy sólo la de las palabras. Extrañezas de la vida, no me doy cuenta y les doy la siguiente fábula a los de primer año. La fábula era de Monterroso.

“Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.”



Una nena siente pena por la rana. Yo le contesto que no, que se jorobe porque la Rana dejó de mirarse en su propio espejo para mirarse en el espejo de los demás y ahí me pregunto cuántas veces he dejado de mirarme en el espejo propio para mirarme en espejos ajenos y comprar espejitos de colores. ¿Cuántas veces fui la rana que quería ser Rana auténtica, dando brincos y agilizando mis piernas para dar saltos cada vez más altos en pos de la aprobación de alguien?. ¿Cuántas veces entregué mi propia carne y cual cordero sacrificial, me tomaron por pollo? ¿Por qué conservo el e-mail K “la rana” que un día él me creó cuando yo no tenía ni computadora?

A veces dudo de si es cuestión de cambiar la piel, mutar o directamente aceptar quién es uno en realidad, la verdadera naturaleza. El error en la rana fue mirarse en los otros y llegar hasta el punto en que por ganar ‘masa muscular’ encima quedó como pollo. O quizás estaba estipulado desde el principio que ella era aquello que se sacrifica y se inmola por otros. Al toque recordé otra fábula que tuve que buscar en Google para meditar un poco:

“En lo profundo del bosque habitaban cuatro animales: un conejo,un mono, un chacal y una nutria.
Se querían mucho, se ayudaban en todo lo que podían y, por ello, vivían muy felices. Eran también muy piadosos y, cada vez que había luna llena, los cuatro animales guardaban un día de ayuno pues así lo estipulaban los preceptos de su religión.
“Recuerden que mañana es luna llena - les dijo el conejo - y que no podemos comer nada”
“¿Y si llegara un peregrino y nos pidiera algo de comer? - preguntó intranquila la nutria - ¿Cómo podríamos cumplir al mismo tiempo el precepto del ayuno y el de la hospitalidad?”
Los cuatro animales se pusieron a pensar hasta que el conejo encontró la solución:
“Mañana, antes de que salga el sol, iremos a buscar el alimento diario, pero no lo comeremos, sino que lo guardaremos bien por si llega algún peregrino o caminante”
Así acordaron hacerlo y se fueron a descansar tranquilos.
Al amanecer del día siguiente iniciaron su jornada: la nutria se zambulló en el río y al cabo de un rato, había pescado cinco peces que brillaban al sol. Los guardó en un buen sitio e inició su jornada de ayuno y oraciones. El mono se subió a un árbol cargado de fruta y recogió la suficiente para agasajar al posible caminante que pasara por allí. Hecho esto, inició su meditación. También el chacal cumplió bien con su tarea: se acercó sigilosamente a un pescador que estaba en la orilla del río y le arrebató la merienda que su mujer le había preparado. Sólo el conejo inició sus oraciones sin buscar alimento alguno.

Y sucedió que el dios de los animales quiso comprobar la fe de sus criaturas y, disfrazado de peregrino, se presentó en el claro del bosque que habitaban los cuatro animales. El primero en notar su presencia fue el mono, a quien el menor ruido solía distraer cuando se encontraba en oración. Salió a su encuentro y le dijo:
“Amigo caminante, hoy es nuestro día de ayuno, pero tengo unas frutas frescas y jugosas que recogí para ti. Te ruego que aceptes mi hospitalidad”

El dios de los animales quedó gratamente sorprendido. Después, fingiendo que iba al río a lavarse las manos, se acercó a la nutria y le dijo:
“Amiga nutria, vengo de muy lejos y llevo casi dos días sin probar bocado. ¿No tendrías algo que ofrecer a este pobre peregrino?”

La nutria le ofreció gustosa los cinco peces que había pescado en la mañana. Mientras se acercaba al lugar del chacal, el dios de los animales iba admirando su devoción ya que cumplían a la perfección el precepto del ayuno sin romper para nada el precepto de la hospitalidad. También el chacal le ofreció la merienda que le había arrebatado al pescador y le invitó a comer. Sólo le faltaba comprobar la devoción del conejo y sin poder imaginar qué le podría brindar, el dios de los animales se acercó a su madriguera. Como estaba absorto en su meditación, el dios de los animales tuvo que gritar para que advirtiera su presencia:
“Hermano conejo, ¿no tendrás algo de comer para este pobre peregrino hambriento?”
“Por supuesto que sí - le contestó el conejo - te daré un buen trozo de carne fresca con la que podrás saciar tu hambre.Enciende una fogata y cuando las brasas estén listas, yo te traeré la carne”

El dios de los animales reunió ramas y palos e hizo lo que le había pedido el conejo. Por mucho que pensaba y pensaba, no podía imaginar de dónde iba a conseguir el conejo la carne.

Cuando la brasa estaba en su punto, apareció el conejo y se arrojó al fuego diciéndole al peregrino:
“La carne que quiero ofrecerte es mi propio cuerpo, pues sé que a los hombres les encanta comer conejo asado. Aliméntate conmigo y sigue reconfortado tu camino”

Fue entonces cuando el dios de los animales, conmovido ante tanta generosidad, retomó su verdadera apariencia y se transformó en un hermoso joven que brillaba como si estuviera hecho de luz. Tomó entonces las cenizas en que se había convertido el conejo y volando por encima de bosques y montañas, llegó hasta la luna y depositó las cenizas en su cara inmensa y pálida.
“Deseo - dijo el dios de los animales - que siempre que haya luna llena, todo el mundo recuerde la historia del conejo y no olvide nunca que la generosidad más sublime no consiste en dar cosas sino en ser capaz de darse para el bien de los demás”

Por ello, desde ese día, siempre que hay luna llena puede verse en sus manchas la imagen de un conejo”


Lo peor consistió en aceptar que ESA es mi naturaleza. Siempre voy a creer en el otro. Siempre voy a creer lo que me dicen y para mi esa es la verdá de la milanesa. La teoría del acto de habla es muy clara y convincente, ahora la teoría del acto de la REALIDAD INTERNA es muy diferente. Demasiado valor para las palabras y para el otro. Demasiada exposición. Demasiada luna llena a lo Boris Vian que termina haciéndome pensar ¿con qué necesidad? ¿Para qué seguir dis-c(o/u)rriendo por algo?

Igual…¡qué genial clase que terminé dando!

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