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miércoles, 30 de marzo de 2011

EL RINGO Y EL RELOJ QUE RETROCEDIÓ.







Fiebre de Sandra
con su halo encanta
fin de un largo viaje
suave aterrizaje
El Reloj atrasa
hora de volver a casa
Ringo la duerme
con palabras tenues.
Sandra descansa
ella es cautiva de su voz.
No existe adios
entre nosotros dos
bajo la fiebre de Sandra...

EPIFANIAS





" Por epifanía - explicó Joyce en otra de sus obras - entiendo una manifestación espiritual repentina, ya sea en la vulgaridad del habla o del gesto o en una frase memorable de la mente. Creía que era propio del hombre de letras registrar esas epifanías con extremo cuidado, considerando que son los momentos más delicados y evanescentes".


Y LA NADA ME ES
LA VIDA SE ME MIRA
EL SILENCIO QUE ME HABLA CON TORRENTES DE PALABRAS
LA VIOLENCIA DE LOS ATARDECERES
EL CUERPO FRAGMENTADO
LA MEMORIA OLVIDADA

MEJOR QUE ARDER, (SIEMPRE MY DEAR CLARISSE)




Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.

Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.

Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.

Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.

Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:

-Mortifica el cuerpo.

Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.

Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.

Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.

No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.

La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.

Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.

Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.

Hasta que le dijo al padre en el confesionario:

-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!

Él le dijo meditativo:

-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.

Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.

Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.

Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.

Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.

Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.

Y sucedió realmente.

Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.

Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.

Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.

Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.

Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.

Entonces una noche él le dijo:

-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?

-Sí -le respondió grave.

Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.

Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.

Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.

viernes, 25 de marzo de 2011

miércoles, 23 de marzo de 2011

ZANAHORIA videoclip Chapita

FELICIDAD CLANDESTINA (DEAR CLARISSE!!!!)





Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.

¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

Muchacha de otra parte - Abelardo, siempre Abelardeando (y alardeando)-




Cuando me contestó que no era de acá, yo pensé, sin demasiada imaginación, que estaba hablando de Buenos Aires. Es el destino, le dije, yo tampoco soy de acá, y agregué que era un buen modo de empezar una historia de amor. Ella me miró con una expresión que sólo puedo describir como de desagrado, como suelen mirar las mujeres muy jóvenes cuando el tipo que está con ellas y al que acaban de conocer dice alguna estupidez. La edad, más tarde, les enseña a disimular estos pequeños gestos helados, estas barreras de desdén, de ahí que asienten, consienten y a la larga hasta nos estiman, cuando lo que de veras sucede es que han crecido y ya no esperan demasiado del varón. Lo que estoy contando sucedió hace quince años, en otoño. Sé que era otoño porque la encontré en Parque Lezica y una de las primeras cosas que dijo fue que el camino del puente siempre está cubierto de hojas, como este sendero de la plaza. Le pregunté qué puente, y ella me lo describió. Al bajar del tren, tomando a la derecha, hay un camino con una doble hilera de plátanos, en seguida está el puente de madera. Después habló de los médanos. Yo no le presté mucha atención. Estaba considerando seriamente si esa chica me gustaba o no, lo que sólo podía significar que no me gustaba, cosa que (hoy lo sé) era realmente la peor manera de empezar una historia de amor. No hay más que ir descubriendo virtudes, transparencias, hermosuras parciales en una mujer, para que esa mujer se transforme en una fatalidad. Ya he cumplido cincuenta años; ella, hoy, no tendría más de treinta. Con esto quiero decir que la noche del parque andaría por los dieciséis, aunque no sé por qué escribo que hoy no "tendría". Tal vez porque sólo la concibo como era entonces, una adolescente un poco demasiado intensa para mi gusto, más bien sombría, alta, de pelo muy negro y piernas delgadas. No había nada en su rostro, salvo quizá la nariz, que llamara mucho la atención. Tenía eso que suele describirse como una nariz imperiosa. Sus ojos, vistos de frente, no eran grandes ni de uno de esos colores hipnóticos e inhallables como el malva, por ejemplo, ni siquiera verdes. Vivió a mi alrededor durante dos años y no tengo ningún recuerdo sobre el color de sus ojos. Tal vez fueran pardos, aunque podían virar a un tono más oscuro que los volvía casi negros. O acaso esta impresión la daban sus pestañas, y por eso he dicho que sus ojos, vistos de frente, no tenían nada de particular. Vistos de perfil, en cambio, era asombrosos. Y ésta fue la primera belleza parcial que descubrí en ella. La segunda, fue el pie. No hay en todo el arte gótico un modelo adecuado para un pie desnudo como el que se me reveló esa misma noche en uno de los hoteles de las cercanías del parque. Imagino que alguien estará pensando que, si ella tenía dieciséis años, su aspecto no debía ser muy infantil, o no la hubieran dejado entrar en un hotel conmigo. Lo cierto es que nunca supe su edad real, parecía de dieciséis. Y nunca dejó de parecerlo. Claro que a esa edad crecer uno o dos años es lo mismo que crecer un día, así que no tenía por qué cambiar demasiado, aunque ya hace mucho tiempo que empecé a preguntarme si su primera confesión de esa noche (no soy de acá) no significaba algo distinto de lo que yo imaginé. Hay otros mundos, es cierto. Son tan reales como éste; y no diré ninguna novedad si aseguro que están en éste.
En cuanto al hotel, requiere alguna explicación. En esa época las mujeres usaban aquellos bolsos enormes, tipo mochila. Nunca supe que metían ahí adentro; pero era como si se desplazaran por Buenos Aires con la casa encima, como los caracoles. Lo increíble solía ser su peso. Y bastaría reflexionar un segundo sobre el peso de aquellos bolsos de Pandora y sobre la cantidad de cuadras que eran capaces de caminar llevándolos a cuestas, para dudar seriamente de la fragilidad física de las mujeres, al menos de las de mi tiempo. Si no fuera por la cara que tenés, te propondría ir a dormir a un hotel, le había dicho. No creo haber pronunciado en mi vida una frase tan directa ni con menos intención de ser tomada en serio. Ella me miró, frunciendo las cejas, como si considerase el aspecto práctico del problema. Estábamos sentados en un banco del parque; ahí mismo abrió su bolso, sacó unos anteojos negros, sacó una impresionante capelina de paja, la restituyó a su forma original con dos o tres toques parecidos a pases magnéticos, sacó unas sandalias doradas de taco más que mediano, que cambió rápidamente por sus zapatillas de tenis y sus medias de jugador de fútbol, se puso la capelina y me dijo: "Vamos." El poder mimético de las mujeres no es un descubrimiento mío. Con poseer dos o tres atributos básicos, cualquier chica que ordeña vacas puede transformarse en condesa, si la visten adecuadamente; y la historia del mundo prueba que esto ocurre a cada momento. Un minuto antes, yo tenía sentada a mi lado a una adolescente de pantalones bombachudos, chiripá y zapatillas de delincuente juvenil; ahora tenía, de pie frente a mí, a una altísima joven de babuchas más o menos orientales, capelina, chal sobre los hombros y anteojos negros. Una actriz de cine dispuesta a no revelar su identidad o una princesa de la casa de Mónaco viajando de incógnito por la Argentina. En la media luz violeta de la conserjería del hotel, era realmente un espectáculo sobrecogedor. Acaso aún parecía algo joven; pero nadie en el mundo se hubiera atrevido a importunarla preguntándole la edad. De más está decir que a estas alturas el bolso faraónico lo cargaba yo. Ella levaba en la mano una carterita, que luego resultó ser de útiles relativamente escolares y que podía pasar por ese otro tipo de objetos misteriosos, por lo liliputenses, que las mujeres llevan a las fiestas y que acaso contienen un pañuelito de diez centímetros cuadrados, un geniol, una estampilla. Subimos y caí extenuado sobre la cama, a causa de la mochila. Y ahora tal vez debo decir que he visto desnudarse a algunas mujeres. No tantas como me gustaría hacerle creer a la gente; pero he visto a algunas. Nunca vi a ninguna que se desnudara, por primera vez, como ella. Ni artificio ni cálculo ni erotismo: se desvistió como una chica que se va a pegar un baño, cosa que por otra parte hizo. Cuando por fin se acercó a la cama, envuelta en un toallón, yo dije la segunda de las muchas estupideces que iba a decirle en mi vida. Le pregunté cuántas veces había practicado el número transformista de las sandalias, los anteojos y la capelina. No recuerdo si habló; recuerdo que abrió los ojos y se llevó las manos al pecho, como si se ahogara. Las pupilas le brillaban en la oscuridad como las de un animal aterrorizado. En más de una ocasión sospeché que estaba algo loca o que no era del todo real; esa noche fue la primera. Calmarla me llevó mucho tiempo; acostarme con ella, también. Más tarde le pregunté por qué había aceptado venir. "Por el modo en que me lo pediste", dijo sonriendo. Lo que pasó esa noche, lo que pasó hasta la madrugada de ese día y de otros días, prefiero no recordarlo con palabras. Lo que una mujer hace con un hombre, cualquier mujer lo ha hecho y lo hará con cualquier hombre. Sólo los imbéciles creen que esa fatalidad es la pobreza del amor, no saben que ahí reside su eternidad, su linaje, su misterio. Tal vez no todas las mujeres murmuran casi con odio no soy de acá, no soy de acá, cuando el sexo las pierde en esa región que sólo ellas conocen; pero digan o callen lo que quieran, cualquier hombre ha sentido que cuando por fin todo termina parecen volver de otro lugar. Ella, a veces, me lo describía. Hay allá la cúpula de una pequeña iglesia, que se ve entre los árboles si uno se detiene en el sitio adecuado del puente. Hay a veces un arroyo de aguas traslúcidas entre cuyas piedras nadan pececitos negros, que acaso son pequeños renacuajos, aunque a ella esa idea le resultara desoladora. Otras veces no había arroyo, y sí largas veredas arboladas de moras. Sólo una vez hubo un faro. Esas inesperadas variantes, que al principio me parecían caprichos, distracciones o mentiras, dibujaron con el tiempo un mapa preciso que ahora yo puedo recontruir árbol por árbol, casa por casa, médano por médano. Porque los médanos estaban siempre, en sus palabras y en sus sueños. Como estaba siempre el camino de los plátanos dobles, cubierto de hojas y, al terminar ese camino, el puente de madera desde donde se ve el campanario de la pequeña iglesia. De la primera noche no recuerdo estas cosas, sino de otras noches, en las que volvíamos de un cine de barrio, caminábamos por el puerto y nos despertábamos en mi departamento o en cualquier hotel donde la capelina había sido reemplazada por un vestido rojo de escote escalofriante y los ojos maquillados como un oso panda.
Sé que lo que voy a escribir ahora suena pueril, novelesco, demasiado fácil de ser escrito; pero nunca supe su verdadero nombre. Tampoco supe dónde vivía ni con quién. Con un abuelo muy viejo, me dijo a desgano una tarde en que insistí casi con violencia. El abuelo, por lo menos esa tarde, estaba casi ciego y apenas tenía contacto con la realidad, lo que significaba que ella podía volver a cualquier hora y hasta faltar de la casa uno o dos días, con tal de no dejarlo morir de hambre. Una madrugada le propuse acompañarla. Me preguntó si estaba loco. Qué iba a pensar la tía Amelia si la veían llegar con un hombre que era casi una persona mayor después de haber faltado un día entero a su casa. Esa noche me había hablado del faro; me desperté de golpe y la vi sentada en la cama, mirándome desde muy cerca, con los ojos muy abiertos. "Volví a soñar con el faro", me dijo. Yo dije que no era cierto y la oí gritar por primera vez. "Qué sabés de mí", gritó. "No sabés nada de mí. Volví a soñar con el faro y era el faro al que iba a jugar cuando era chica; ahora ya no está, pero era el mismo faro." Le contesté que no era posible que hubiese vuelto a soñar con un faro, ya que nunca me había hablado antes de ningún faro. Me miró con rencor, después me miró con miedo. Comenzó a vestirse y parecía desconcertada. "No puedo haber soñado con el faro", dijo de pronto. "Lo inventé todo." Ésa fue la madrugada en que le propuse acompañarla y ella me habló de la tía Amelia. Le hice notar que hasta hoy había vivido con su abuelo. Mi miró sin ninguna expresión, o quizá con la misma mirada desdeñosa del primer día. "No voy a volver a verte nunca más", me dijo. Y, por un tiempo, no volvió. Si no hubiera vuelto nunca, tal vez yo ahora no estaría buscando el pueblo que está más allá de la arboleda y el puente. Pero ella volvió. Un día, al llegar a mi departamento, la encontré sentada en mi cama. Miraba fascinada una revista de historietas y estaba comiendo una torta de azúcar negra. Tenía el pelo más largo. Levantó una mano y, sin apartar los ojos de la revista, me saludó moviendo apenas los dedos. No tuve tiempo de asombrarme porque sucedieron dos cosas. Verla ahí, tan irrefutable y casual, me hizo tomar conciencia de que si ella no hubiera vuelto yo no habría tenido manera de encontrarla. La otra, fue algo que dijo. Yo le había preguntado dónde estuviste todo este tiempo, y ella, con distraída alegría ,contestó de inmediato: "En casa." No fueron las palabras, sino el tono con que las pronunció. Supe que no hablaba de la casa del abuelo ciego o de la tía Amelia, admitiendo que existieran. Ni siquiera pensaba la palabra casa en el mismo sentido que yo, en el sentido convencional de objeto para habitar. Había dicho casa como una sirena diría que ha vuelto unos meses al mar. Iba a preguntarle cómo había entrado en mi departamento pero me callé. Desde ese día, aprendí a callarme. Para empezar, me resultaba un poco alarmante admitir que su casa, su casa real, en algún barrio de Buenos Aires, me importara mucho menos que el lugar con el que soñaba y del que me hablaba a veces, como si hablara en sueños, sin poner ninguna atención en que ciertos detalles descriptivos coincidieran o no. En segundo lugar, noté algunas cosas que podría haber notado mucho antes, lo que de paso agravó mi temor retrospectivo, el miedo inesperado de lo que podría faltarme si ella no hubiera vuelto. Me di cuenta, por ejemplo, de que la quería, y me pareció inconcebible haberlo descubierto gradualmente. También me di cuenta de que no había que hostigarla con preguntas, ni atemorizarla. La violencia le daba miedo, y la ironía y la vulgaridad la llenaban de tristeza. Hoy sé que cuando un hombre comienza a tener en cuenta estos detalles mejora mucho su visión general de la vida o se vuelve idiota. Yo sigo pensando que la vida es horrible; tal vez por eso estoy buscando el pueblo. Una o dos semanas después de ese regreso me preguntó, por primera vez, qué me pasaba. No era de hacer este tipo de preguntas, lo que bien mirado podía ser un rasgo de egoísmo infantil, y la palabra "infantil" explica, mejor que ninguna otra cosa, lo que digo más arriba sobre la visión generosa del mundo y la idiotez. Tuve una intuición súbita y le dije que no, que no me pasaba nada, que sólo estaba pensando en si habría vuelto a ver el faro, cuando estuvo allá. Después la tomé del hombro y le señalé el baldío de una demolición. Mirá aquella pared, le dije, con los dibujos que quedan en la medianera uno puede reconstruir cómo era la casa. "Sí", dijo, "es cierto, pero no se puede saber si eso es lindo o triste. No, el faro no está más y yo creo que nunca lo vi, debe ser una de esas historias que me cuenta el abuelo." Le pregunté por qué habrían plantado una hilera doble de moreras a los costados del camino. Se rió y me preguntó de qué estaba hablando. "No son moras", dijo, "son plátanos altísimos y viejísimos, la calle de las moras es la de la vieja Eglantina, la que nos regalaba semillas de mirasol." Yo insinué que los médanos, al correrse con el viento, debían taparlo todo. Seguía riéndose. Los médanos están hacia el otro lado, como quien sale del pueblo. Y no tapan las casas pero es cierto que se mueven, a la noche, y cuando uno despierta todo está cambiado y es como si el pueblo entero se hubiera ido a otro lugar. Se calló. Me estaba mirando con desconfianza, no lo sentí en sus ojos, que no veía, sino en la rigidez de su piel bajo mi mano. Era como si cualquier lugar de su cuerpo estaría tramado con la misma materia sensible e intensa. Le dije que tenía sueño, que tal vez debiera ponerse la capelina. Me dijo que no había traído la capelina ni los anteojos negros ni las pinturas y que odiaba los hoteles. Iba a contestarle que la última vez no parecía odiarlos tanto, pero reconocí con cautela que, si lo pensaba un poco, yo también les tenía rencor. Caminamos hacia mi departamento. Me siguió. Cuando llegamos al dormitorio tuve otra intuición. Y ahora te ponés la capelina y me mostrás el pie. Volvió a reírse, y, por lo menos esa noche, sentí que a veces poseo cierta habilidad natural para hacer bien algunas cosas.
Todos tenemos tendencia a creer que la felicidad está en el pasado. Yo también he sentido que algunos minutos de ese tiempo fueron la felicidad, pero no podría vivir si pensara que todo lo que se me ha concedido ya sucedió. Un día de estos voy a envejecer de golpe, lo sé; pero también sé que si cruzo aquel puente ella podrá reconocer mi cara. Ya conozco el lugar como si yo mismo hubiera nacido en él, no con exactitud porque la memoria altera, sustituye y afantasma los objetos, pero con la suficiente certeza como para saber cuáles son sus formas esenciales. Una vez leí que todos los pueblos se parecen. El que escribió eso debe odiar a la gente. No hay un solo pueblo, tenga médanos o no, que sea idéntico a otro, porque es uno el que inventa sus lugares, levanta sus casas, traza sus calles y decide el curso de sus arroyos entre las piedras. Todos los que no somos de acá sabemos esto. Me costó más de cuarenta años aprender esta verdad, que una alta chica loca de pie árabe conocía a los dieciséis. Cuando ella por fin desapareció, yo todavía ignoraba estas cosas, pero ya conocía los detalles, la topografía, el color del pueblo. A las siete de la tarde, en otoño, uno entrecierra los ojos en los médanos, y es como una ceniza apenas dorada. Cuando existe el arroyo, la zona del puente, a la noche, parece un cielo invertido, de un azul muy oscuro, móvil, porque las luciérnagas se reflejan en el agua y es como si las constelaciones salieran de la tierra. Hay dos molinos. El viejo Matías tiene un caballo matusalénico, de más de treinta años. "Tiene casi tu edad, Abelardo", me dijo alarmada una de las últimas noches que nos vimos. Yo le contesté que los caballos, por lo menos en algún sentido, no son siempre como las personas. Ya he dicho que el tono irónico la molestaba o la desconcertaba. "Por qué decís eso", me preguntó. Yo estaba cansado y algo distraído esa noche, hice una broma acerca del comportamiento sexual que ciertas jóvenes de su edad consideraban natural en el varón. Tardé una hora en explicarle que era una broma, y otra hora en convencerla de que debía acostarse conmigo. El cansancio produce efectos paradójicos; el pudor herido de las mujeres, también. Aquello fue como ser sacrificado y asesinar al mismo tiempo a una deidad loca, como cambiar el alma por un cuerpo y vaciarse en el otro y llenarse de él y despertar diez veces en un cielo y en un infierno ajenos. Lo que aún no conocía del lugar lo conocí esa noche. No sólo porque ella habló horas en el entresueño, sino porque lo vi. Lo vi dentro de ella mientras yo era ella. Cuando se despertó, a las cuatro de la mañana, simulé estar dormido. Cuando salió de casa, me vestí a medias, me eché un sobretodo encima y la seguí. El cansancio me daba la lucidez y la decisión de un criminal. No era sólo el afán de saber adónde iba cuando me dejaba; era la voluntad de recuperarla cuando no volviera. Porque esa noche supe también que, por alguna razón, aquello no podía durar mucho tiempo más, y que ella, sin saberlo, decidiría el momento de la separación. Vi su casa, su casa real, en un sórdido y real barrio casi en el límite de Buenos Aires. Era una casa baja, en una cuadra de tierra de esas que aún quedaban, o todavía existen, por la zona de Pompeya. Tenía una verja de alambre tejido y, al frente, un arbolito raquítico. Ella cortaba algo del arbolito y lo iba poniendo en la palma de su otra mano. Después se llevó la palma de la mano a la boca y entró en la casa sin encender la luz. Esperé más de una hora y no volvió a salir. Ahí vivía, y no sabía que la había seguido. Cuando llegué a mi departamento iba repitiendo el nombre de la calle y la numeración de la cuadra. No era ése el modo de volver a hallarla, pero uno se aferra hasta último momento al consuelo de lo real. Volví a verla, por supuesto, algunas veces. Nada cambió. Ni los cines de barrio ni los encuentros en el parque ni siquiera el rito de la capelina en los hoteles. Un día me dijo que el abuelo estaba muriéndose, y supe, por fin, lo que ni ella sabía: que ya no iba a verla más. Dejé pasar un tiempo y fui hasta Pompeya. Pensé algo en lo que no había pensado hasta ese momento. Me van a decir que no la conocen, que nunca la vieron. La conocían, sin embargo. La chica del pelo negro, que visitaba al abuelo de la casa amarilla. Ya no andaba por allí, a decir verdad no vivía en la casa, venía y se iba, y cuando murió el señor no volvió más. Pregunté por la tía Amelia. Nunca hubo una tía Amelia, eran ellos dos. En realidad, él sólo; la chica venía a veces.
Y es todo. Esto fue hace quince años, desde hace diez estoy buscando el pueblo. Sé que existe, porque ella soñaba con él y sabía cómo se llega. Tengo también otras razones, que ustedes no compartirán. En una cortada de tierra, en Pompeya, vi unos plátanos. El árbol del jardín de la casita era una mora.

LOS VENENOS -JULITO CORTÁZAR- PARA VARIAR....ESTOY CON EL CUENTO CORTO A FULL...Y ESTE ES UNO DE MIS FAVORITOS...




El sábado tío Carlos llegó a mediodía con la máquina de matar hormigas. El día antes había dicho en la mesa que iba a traerla, y mi hermana y yo esperábamos la máquina imaginando que era enorme, que era terrible. Conocíamos bien las hormigas de Bánfield, las hormigas negras que se van comiendo todo, hacen los hormigueros en la tierra, en los zócalos, o en ese pedazo misterioso donde una casa se hunde en el suelo, allí hacen agujeros disimulados pero no pueden esconder su fila negra que va y viene trayendo pedacitos de hojas, y los pedacitos de hojas eran las plantas del jardín, por eso mamá y tío Carlos se habían decidido a comprar la máquina para acabar con las hormigas.

Me acuerdo que mi hermana vio venir a tío Carlos por la calle Rodríguez Peña, desde lejos lo vio venir en el tílbury de la estación, y entró corriendo por el callejón del costado gritando que tío Carlos traía la máquina. Yo estaba en los ligustros que daban a lo de Lila, hablando con Lila por el alambrado, contándole que por la tarde íbamos a probar la máquina, y Lila estaba interesada pero no mucho, porque a las chicas no les importan las máquinas y no les importan las hormigas, solamente le llamaba la atención que la máquina echaba humo y que eso iba a matar todas las hormigas de casa.

Al oír a mi hermana le dije a Lila que tenía que ir a ayudar a bajar la máquina, y corrí por el callejón con el grito de guerra de Sitting Bull, corriendo de una manera que había inventado en ese tiempo y que era correr sin doblar las rodillas, como pateando una pelota. Cansaba poco y era como un vuelo, aunque nunca como el sueño de volar que yo siempre tenía entonces, y que era recoger las piernas del suelo, y con apenas un movimiento de cintura volar a veinte centímetros del suelo, de una manera que no se puede contar por lo linda, volar por calles largas, subiendo a veces un poco y otra vez al ras del suelo, con una sensación tan clara de estar despierto, aparte que en ese sueño la contra era que yo siempre soñaba que estaba despierto, que volaba de verdad, que antes lo había soñado pero esta vez iba de veras, y cuando me despertaba era como caerme al suelo, tan triste salir andando o corriendo pero siempre pesado, vuelta abajo a cada salto. Lo único un poco parecido era esta manera de correr que había inventado, con las zapatillas de goma Keds Champion con puntera daba la impresión del sueño, claro que no se podía comparar.

Mamá y abuelita ya estaban en la puerta hablando con tío Carlos y el cochero. Me arrimé despacio porque a veces me gustaba hacerme esperar, y con mi hermana miramos el bulto envuelto en papel madera y atado con mucho hilo sisal, que el cochero y tío Carlos bajaban a la vereda. Lo primero que pensé fue que era una parte de la máquina, pero en seguida vi que era la máquina completa, y me pareció tan chica que se me vino el alma a los pies. Lo mejor fue al entrarla, porque ayudando a tío Carlos me di cuenta que la máquina pesaba mucho, y el peso me devolvió confianza. Yo mismo le saqué los piolines y el papel, porque mamá y tío Carlos tenían que abrir un paquete chico donde venía la lata del veneno, y de entrada ya nos anunciaron que eso no se tocaba y que más de cuatro habían muerto retorciéndose por tocar la lata. Mi hermana se fue a un rincón porque se le había acabado el interés por todo y un poco también por miedo, pero yo la miré a mamá y nos reímos, y todo aquel discurso era por mí hermana, a mí me iban a dejar manejar la máquina con veneno y todo.

No era linda, quiero decir que no era una máquina máquina, por lo menos con una rueda que da vueltas o un pito que echa un chorro de vapor. Parecía una estufa de fierro negro, con tres patas combadas, una puerta para el fuego, otra para el veneno y de arriba salía un tubo de metal flexible (como el cuerpo de los gusanos) donde después se enchufaba otro tubo de goma con un pico. A la hora del almuerzo mamá nos leyó el manual de instrucciones, y cada vez que llegaba a las partes del veneno todos la mirábamos a mi hermana, y abuelita le volvió a decir que en Flores tres niños habían muerto por tocar una lata. Ya habíamos visto la calavera en la tapa, y tío Carlos buscó una cuchara vieja y dijo que ésa sería para el veneno y que las cosas de la máquina las guardarían en el estante de arriba del cuarto de las herramientas. Afuera hacía calor porque empezaba enero, y la sandía estaba helada, con las semillas negras que me hacían pensar en las hormigas.

Después de la siesta, la de los grandes porque mi hermana leía el Billiken y yo clasificaba las estampillas en el patio cerrado, fuimos al jardín y tío Carlos puso la máquina en la rotonda de las hamacas donde siempre salían hormigueros. Abuelita preparó brasas de carbón para cargar la hornalla, y yo hice un barro lindísimo en una batea vieja, revolviendo con la cuchara de albañil. Mamá y mi hermana se sentaron en las sillas de paja para ver, y Lila miraba entre el ligustro hasta que le gritamos que viniera y dijo que la madre no la dejaba pero que lo mismo veía. Del otro lado del jardín ya se estaban asomando las de Negri, que eran unos casos y por eso no nos tratábamos. Les decían la Chola, la Ela y la Cufina, pobres. Eran buenas pero pavas, y no se podía jugar con ellas. Abuelita les tenía lástima pero mamá no las invitaba nunca a casa porque se armaban líos con mi hermana y conmigo. Las tres querían mandar la parada pero no sabían ni rayuela ni bolita ni vigilante y ladrón ni el barco hundido, y lo único que sabían era reírse como sonsas y hablar de tanta cosa que yo no sé a quién le podía interesar. El padre era concejal y tenían Orpington leonadas. Nosotros criábamos Rhode Island que es mejor ponedora.

La máquina parecía más grande por lo negra que se la veía entre el verde del jardín y los frutales. Tío Carlos la cargó de brasas, y mientras tomaba calor eligió un hormiguero y le puso el pico del tubo; yo eché barro alrededor y lo apisoné pero no muy fuerte, para impedir el desmoronamiento de las galerías como decía el manual. Entonces mi tío abrió la puerta para el veneno y trajo la lata y la cuchara. El veneno era violeta, un color precioso, y había que echar una cucharada grande y cerrar en seguida la puerta. Apenas la habíamos echado se oyó como un bufido y la máquina empezó a trabajar. Era estupendo, todo alrededor del pico salía un humo blanco, y había que echar más barro y aplastarlo con las manos. "Van a morir todas", dijo mi tío que estaba muy contento con el funcionamiento de la máquina, y yo me puse al lado de él con las manos llenas de barro hasta los codos, y se veía que era un trabajo para que lo hicieran los hombres.
—¿Cuánto tiempo hay que fumigar cada hormiguero? —preguntó mamá.
—Por lo menos media hora —dijo tío Carlos—. Algunos son larguísimos, más de lo que se cree.

Yo entendí que quería decir dos o tres metros, porque había tantos hormigueros en casa que no podía ser que fueran demasiado largos. Pero justo en ese momento oímos que la Cufina empezaba a chillar con esa voz que tenía que la escuchaban desde la estación, y toda la familia Negri vino al jardín diciendo que de un cantero de lechuga salía humo. Al principio yo no lo quería creer pero era cierto, porque en el mismo momento Lila me avisó desde los ligustros que en su casa también salía humo al lado de un duraznero, y tío Carlos se quedó pensando y después fue hasta el alambrado de los Negri y le pidió a la Chola que era la menos haragana que echara barro donde salía el humo, y yo salté a lo de Lila y taponé el hormiguero. Ahora salía humo en otras partes de casa, en el gallinero, más atrás de la puerta blanca, y al pie de la pared del costado. Mamá y mi hermana ayudaban a poner barro, era formidable pensar que por debajo de la tierra había tanto humo buscando salir, y que entre ese humo las hormigas estaban rabiando y retorciéndose como los tres niños de Flores.

Esa tarde trabajamos hasta la noche, y a mi hermana la mandaron a preguntar si en la casa de otros vecinos salía humo. Cuando apenas quedaba luz la máquina se apagó, y al sacar el pico del hormiguero yo cavé un poco con la cuchara de albañil y toda la cueva estaba llena de hormigas muertas y tenía un color violeta que olía a azufre. Eché barro encima como en los entierros, y calculé que habrían muerto unas cinco mil hormigas por lo menos. Ya todos se habían ido adentro porque era hora de bañarse y tender la mesa, pero tío Carlos y yo nos quedamos a repasar la máquina y a guardarla. Le pregunté si podía llevar las cosas al cuarto de las herramientas y dijo que sí. Por las dudas me enjuagué las manos después de tocar la lata y la cuchara, y eso que la cuchara la habíamos limpiado antes.

Al otro día fue domingo y vino mi tía Rosa con mis primos, y fue un día en que jugamos todo el tiempo al vigilante y ladrón con mi hermana y con Lila que tenía permiso de la madre. A la noche tía Rosa le dijo a mamá si mi primo Hugo podía quedarse a pasar toda la semana en Bánfield porque estaba un poco débil de la pleuresía y necesitaba sol. Mamá dijo que sí, y todos estábamos contentos. A Hugo le hicieron una cama en mi pieza, y el lunes fue la sirvienta a traer su ropa para la semana. Nos bañábamos juntos y Hugo sabía más cuentos que yo, pero no saltaba tan lejos. Se veía que era de Buenos Aires, con la ropa venían dos libros de Salgari y uno de botánica, porque tenía que preparar el ingreso a primer año. Dentro del libro venía una pluma de pavorreal, la primera que yo veía, y él la usaba como señalador. Era verde con un ojo violeta y azul, toda salpicada de oro. Mi hermana se la pidió pero Hugo le dijo que no porque se la había regalado la madre. Ni siquiera se la dejó tocar, pero a mí sí porque me tenía confianza y yo la agarraba del canuto.

Los primeros días, como tío Carlos trabajaba en la oficina no volvimos a encender la máquina, aunque yo le había dicho a mamá que si ella quería yo la podía hacer andar. Mamá dijo que mejor esperáramos al sábado, que total no había muchos almácigos esa semana y que no se veían tantas hormigas como antes.

—Hay unas cinco mil menos —le dije yo, y ella se reía pero me dio la razón. Casi mejor que no me dejara encender la máquina, así Hugo no se metía, porque era de esos que todo lo saben y abren las puertas para mirar adentro. Sobre todo con el veneno mejor que no me ayudara.

A la siesta nos mandaban quedarnos quietos, porque tenían miedo de la insolación. Mí hermana desde que Hugo jugaba conmigo venía todo el tiempo con nosotros, y siempre quería jugar de compañera con Hugo. A las bolitas yo les ganaba a los dos, pero al balero Hugo no sé cómo se las sabía todas y me ganaba. Mi hermana lo elogiaba todo el tiempo y yo me daba cuenta que lo buscaba para novio, era cosa de decírselo a mamá para que le plantara un par de bifes, solamente que no se me ocurría cómo decírselo a mamá, total no hacían nada malo. Hugo se reía de ella pero disimulando, y yo en esos momentos lo hubiera abrazado, pero era siempre cuando estábamos jugando y había que ganar o perder pero nada de abrazos.

La siesta duraba de dos a cinco, y era la mejor hora para estar tranquilos y hacer lo que uno quería. Con Hugo revisábamos las estampillas y yo le daba las repetidas, le enseñaba a clasificarlas por países, y él pensaba al otro año tener una colección como la mía pero solamente de América. Se iba a perder las de Camerún que son con animales, pero él decía que así las colecciones son más importantes. Mi hermana le daba la razón y eso que no sabía si una estampilla estaba del derecho o del revés, pero era para llevarme la contra. En cambio Lila que venía a eso de las tres, saltando por los ligustros, estaba de mi parte y le gustaban las estampillas de Europa. Una vez yo le había dado a Lila un sobre con todas estampillas diferentes, y ella siempre me lo recordaba y decía que el padre le iba a ayudar en la colección pero que la madre pensaba que eso no era para chicas y tenía microbios, y el sobre estaba guardado en el aparador.

Para que no se enojaran en casa por el ruido, cuando llegaba Lila nos íbamos al fondo y nos tirábamos debajo de los frutales. Las de Negri también andaban por el jardín de ellas, y yo sabía que las tres estaban locas con Hugo y se hablaban a gritos y siempre por la nariz, y la Cufina sobre todo se la pasaba preguntando: “¿Y dónde está el costurero con los hilos?” y la Ela le contestaba no sé qué, entonces se peleaban pero a propósito para llamar la atención, y menos mal que de ese lado los ligustros eran tupidos y no se veía mucho. Con Lila nos moríamos de risa al oírlas, y Hugo se tapaba la nariz y decía: “¿Y dónde está la pavita para el mate?” Entonces la Chola que era la mayor decía: “¿Vieron chicas cuántos groseros hay este año?”, y nosotros nos metíamos pasto en la boca para no reírnos fuerte, porque lo bueno era dejarlas con las ganas y no seguírsela, así después cuando nos oían jugar a la mancha rabiaban mucho más y al final se peleaban entre ellas hasta que salía la tía y las mechoneaba y las tres se iban adentro llorando.

A mí me gustaba tener de compañera a Lila en los juegos, porque entre hermanos a uno no le gusta jugar si hay otros, y mi hermana lo buscaba en seguida a Hugo de compañero. Lila y yo les ganábamos a las bolitas, pero a Hugo le gustaba más el vigilante y ladrón y la escondida, siempre había que hacerle caso y jugar a eso, pero también era formidable, solamente que no podíamos gritar y los juegos así sin gritos no valen tanto. A la escondida casi siempre me tocaba contar a mi, no sé por qué me engañaban vuelta a vuelta, y piedra libre uno detrás de otro. A las cinco salía abuelita y nos retaba porque estábamos sudados y habíamos tomado demasiado sol, pero nosotros la hacíamos reír y le dábamos besos, hasta Hugo y Lila que no eran de casa. Yo me fijé en esos días que abuelita iba siempre a mirar el estante de las herramientas, y me di cuenta que tenía miedo de que anduviéramos hurgando con las cosas de la máquina. Pero a nadie se le iba a ocurrir una pavada así, con lo de los tres niños de Flores y encima la paliza que nos iban a dar.

A ratos me gustaba quedarme solo, y en esos momentos ni siquiera quería que estuviera Lila. Sobre toda al caer la tarde, un rato antes que abuelita saliera con su batón blanco y se pusiera a regar el jardín. A esa hora la tierra ya no estaba tan caliente, pero las madreselvas olían mucho y también los canteros de tomates donde había canaletas para el agua y bichos distintos que en otras partes. Me gustaba tirarme boca abajo y oler la tierra, sentirla debajo de mí, caliente con su olor a verano tan distinto de otras veces. Pensaba en muchas cosas, pero sobre todo en las hormigas, ahora que había visto lo que eran los hormigueros me quedaba pensando en las galerías que cruzaban por todos lados y que nadie veía. Como las venas en mis piernas, que apenas se distinguían debajo de la piel, pero llenas de hormigas y misterios que iban y venían. Si uno comía un poco de veneno, en realidad venía a ser lo mismo que el humo de la máquina, el veneno andaba por las venas del cuerpo igual que el humo en la tierra, no había mucha diferencia.

Después de un rato me cansaba de estar solo y estudiar los bichos de los tomates. Iba a la puerta blanca, tomaba impulso y me largaba a la carrera como Buffalo Bill, y al llegar al cantero de las lechugas lo saltaba limpio y ni tocaba el borde de gramilla. Con Hugo tirábamos al blanco con la Diana de aire comprimido, o jugábamos en las hamacas cuando mi hermana o a veces Lila salían de bañarse y venían a las hamacas con ropa limpia. También Hugo y yo nos íbamos a bañar, y a última hora salíamos todos a la vereda, o mi hermana tocaba el piano en la sala y nosotros nos sentábamos en la balaustrada y veíamos volver a la gente del trabajo hasta que llegaba tío Carlos y todos lo íbamos a saludar y de paso a ver si traía algún paquete con hilo rosa o el Billiken. Justamente una de esas veces al correr a la puerta fue cuando Lila se tropezó en una laja y se lastimó la rodilla. Pobre Lila, no quería llorar pero le saltaban las lágrimas y yo pensaba en la madre que era tan severa y le diría machona y de todo cuando la viera lastimada. Hugo y yo hicimos la sillita de oro y la llevamos del lado de la puerta blanca mientras mi hermana iba a escondidas a buscar un trapo y alcohol. Hugo se hacía el comedido y quería curarla a Lila, lo mismo mi hermana para estar con Hugo, pero yo los saqué a empujones y le dije a Lila que aguantara nada más que un segundo, y que si quería cerrara los ojos. Pero ella no quiso y mientras yo le pasaba el alcohol ella lo miraba fijo a Hugo como para mostrarle lo valiente que era. Yo le soplé fuerte en la lastimadura y con la venda quedó muy bien y no le dolía.

—Mejor andate en seguida a tu casa —le dijo mi hermana—, así tu mamá no se cabrea.
Después que se fue Lila yo me empecé a aburrir con Hugo y mi hermana que hablaban de orquestas típicas, y Hugo había visto a De Caro en un cine y silbaba tangos para que mi hermana los sacara en el piano. Me fui a mi cuarto a buscar el álbum de las estampillas, y todo el tiempo pensaba que la madre la iba a retar a Lila y que a lo mejor estaba llorando o que se le iba a infectar la matadura como pasa tantas veces. Era increíble lo valiente que había sido Lila con el alcohol, y cómo lo miraba a Hugo sin llorar ni bajar la vista.

En la mesa de luz estaba la botánica de Hugo, y asomaba el canuto de la pluma de pavorreal. Como él me la dejaba mirar la saqué con cuidado y me puse al lado de la lámpara para verla bien. Yo creo que no había ninguna pluma más linda que ésa. Parecía las manchas que se hacen en el agua de los charcos, pero no se podía comparar, era muchísimo más linda, de un verde brillante como esos bichos que viven en los damascos y tienen dos antenas largas con una bolita peluda en cada punta. En medio de la parte más ancha y más verde se abría un ojo azul y violeta, todo salpicado de oro, algo como no se ha visto nunca. Yo de golpe me daba cuenta por qué se llamaba pavorreal, y cuanto más la miraba más pensaba en cosas raras, como en las novelas, y al final la tuve que dejar porque se la hubiera robado a Hugo y eso no podía ser. A lo mejor Lila estaba pensando en nosotros, sola en su casa (que era oscura y con sus padres tan severos) cuando yo me divertía con la pluma y las estampillas. Mejor guardar todo y pensar en la pobre Lila tan valiente.

Por la noche me costó dormirme, no sé por qué. Se me había metido en la cabeza que Lila no estaba bien y que tenía fiebre. Me hubiera gustado pedirle a mamá que fuera a preguntarle a la madre pero no se podía, primero con Hugo que se iba a reír, y después que mamá se enojaría si se enteraba de la lastimadura y que no le habíamos avisado. Me quise dormir tantas veces pero no podía, y al final pensé que lo mejor era ir por la mañana a lo de Lila y ver cómo estaba, o llamar por el ligustro. Al final me dormí pensando en Lila y Buffalo Bill y también en la máquina de las hormigas, pero sobre todo en Lila.

Al otro día me levanté antes que nadie y fui a mi jardín, que estaba cerca de las glicinas. Mi jardín era un cantero nada más que mío, que abuelita me había dado para que yo hiciese lo que quisiera. Una vez planté alpiste, después batatas, pero ahora me gustaban las flores y sobre todo mi jazmín del Cabo, que es el de olor más fuerte sobre todo de noche, y mamá siempre decía que mi jazmín era el más lindo de la casa. Con la pala fui cavando despacio alrededor del jazmín, que era lo mejor que yo tenía, y al final lo saqué con toda la tierra pegada a la raíz. Así fui a llamarla a Lila que también estaba levantada y no tenía casi nada en la rodilla.

—¿Hugo se va mañana? —me preguntó, y le dije que sí, porque tenía que seguir estudiando en Buenos Aires el ingreso a primer año. Le dije a Lila que le traía una cosa y ella me preguntó qué era, y entonces por entre el ligustro le mostré mi jazmín y le dije que se lo regalaba y que si quería la iba a ayudar a hacerse un jardín para ella sola. Lila dijo que el jazmín era muy lindo, y le pidió permiso a la madre y yo salté el ligustro para ayudarla a plantarlo. Elegimos un cantero chico, arrancamos unos crisantemos medio secos que había, y yo me puse a puntear la tierra, a darle otra forma al cantero, y después Lila me dijo dónde le gustaba que estuviera el jazmín, que era en el mismo medio. Yo lo planté, regamos con la regadera y el jardín quedó muy bien. Ahora yo tenía que conseguir un poco de gramilla, pero no había apuro. Lila estaba muy contenta y no le dolía nada la lastimadura. Quería que Hugo y mi hermana vieran en seguida lo que habíamos hecho, y yo los fui a buscar justo cuando mamá me llamaba para el café con leche. Las de Negri andaban peleándose en el jardín, y la Cufina chillaba como siempre. No sé cómo podían pelearse con una mañana tan linda.

El sábado por la tarde Hugo se tenía que volver a Buenos Aires y yo dentro de todo me alegré porque tío Carlos no quería encender la máquina ese día y lo dejó para el domingo. Mejor que estuviéramos él y yo solamente, no fuera la mala pata que Hugo se saliera envenenando o cualquier cosa. Esa tarde lo extrañé un poco porque ya me había acostumbrado a tenerlo en mi cuarto, y sabía tantos cuentos y aventuras de memoria. Pero peor era mi hermana que andaba por toda la casa como sonámbula, y cuando mamá le preguntó qué le pasaba dijo que nada, pero ponía una cara que mamá se quedó mirándola y al final se fue diciendo que algunas se creían más grandes de lo que eran y eso que ni sonarse solas sabían. Yo encontraba que mí hermana se portaba como una estúpida, sobre todo cuando la vi que con tiza de colores escribía en el pizarrón del patio el nombre de Hugo, lo borraba y lo escribía de nuevo, siempre con otros colores y otras letras, mirándome de reojo, y después hizo un corazón con una flecha y yo me fui para no pegarle un par de bifes o ir a decírselo a mamá. Para peor esa tarde Lila se había vuelto a su casa temprano, diciendo que la madre no la dejaba quedarse por culpa de la lastimadura. Hugo le dijo que a las cinco venían a buscarlo de Buenos Aires, y que por qué no se quedaba hasta que él se fuera, pero Lila dijo que no podía y se fue corriendo y sin saludar. Por eso cuando lo vinieron a buscar, Hugo tuvo que ir a despedirse de Lila y la madre, y después se despidió de nosotros y se fue muy contento diciendo que volvería al otro fin de semana. Esa noche yo me sentí un poco solo en mi cuarto, pero por otro lado era una ventaja sentir que todo era de nuevo mío, y que Podía apagar la luz cuando me daba la gana.

El domingo al levantarme oí que mamá hablaba por el alambrado con el señor Negri. Me acerqué a decir buen día y el señor Negri estaba diciéndole a mamá que en el cantero de las lechugas donde salía el humo el día que probamos la máquina, todas las lechugas se estaban marchitando. Mamá le dijo que era muy raro porque en el prospecto de la máquina decía que el humo no era dañino para las plantas, y el señor Negri le contestó que no hay que fiarse de los prospectos, que lo mismo es con los remedios que cuando uno lee el prospecto se va a curar de todo y después a lo mejor acaba entre cuatro velas. Mamá le dijo que podía ser que alguna de las chicas hubiera echado agua de jabón en el cantero sin querer (pero yo me di cuenta que mamá quería decir a propósito, de chusmas que eran y para buscar pelea) y entonces el señor Negri dijo que iba a averiguar pero que en realidad si la máquina mataba las plantas no se veía la ventaja de tomarse tanto trabajo. Mamá le dijo que no iba a comparar unas lechugas de mala muerte con el estrago que hacen las hormigas en los jardines, y que por la tarde la íbamos a encender, y si veían humo que avisaran que nosotros iríamos a tapar los hormigueros para que ellos no se molestaran. Abuelita me llamó para tomar el café y no sé qué más se dijeron, pero yo estaba entusiasmado pensando que otra vez íbamos a combatir las hormigas, y me pasé la mañana leyendo Raffles aunque no me gustaba tanto como Buffalo Bill y muchas otras novelas.

A mí hermana se le había pasado la loca y andaba cantando por toda la casa, en una de esas le dio por pintar con los lápices de colores y vino adonde yo estaba, y antes de darme cuenta ya había metido la nariz en lo que yo hacía, y justo por casualidad yo acababa de escribir mi nombre, que me gustaba escribirlo en todas partes, y el de Lila que por pura casualidad había escrito al lado del mío. Cerré el libro pero ella ya había leído y se puso a reír a carcajadas y me miraba como con lástima, y yo me le fui encima pero ella chilló y oí que mamá se acercaba, entonces me fui al jardín con toda la rabia. En el almuerzo ella me estuvo mirando con burla todo el tiempo, y me hubiera encantado pegarle una patada por abajo de la mesa, pero era capaz de ponerse a gritar y a la tarde íbamos a encender la máquina, así que me aguanté y no dije nada. A la hora de la siesta me trepé al sauce a leer y a pensar, y cuando a las cuatro y media salió tío Carlos de dormir, cebamos mate y después preparamos la máquina, y yo hice dos palanganas de barro. Las mujeres estaban adentro y hacía calor, sobre todo al lado de la máquina que era a carbón, pero el mate es bueno para eso si se toma amargo y muy caliente.

Habíamos elegido la parte del fondo del jardín cerca de los gallineros, porque parecía que las hormigas se estaban refugiando en esa parte y hacían mucho estrago en los almácigos. Apenas pusimos el pico en el hormiguero más grande empezó a salir humo por todas partes, y hasta por entre los ladrillos del piso del gallinero salía. Yo iba de un lado a otro taponando la tierra, y me gustaba echar el barro encima y aplastarlo con las manos hasta que dejaba de salir el humo. Tío Carlos se asomó al alambrado de las de Negri y le preguntó a la Chola, que era la menos sonsa, si no salía humo en su jardín, y la Cufina armaba gran revuelo y andaba por todas partes mirando porque a tío Carlos le tenían mucho respeto, pero no salía humo del lado de ellas. En cambio oí que Lila me llamaba y fui corriendo al ligustro y la vi que estaba con su vestido de lunares anaranjados que era el que más me gustaba, y la rodilla vendada. Me gritó que salía humo de su jardín, el que era solamente suyo, y yo ya estaba saltando el alambrado con una de las palanganas de barro mientras Lila me decía afligida que al ir a ver su jardín había oído que hablábamos con las de Negri y que entonces justo al lado de donde habíamos plantado el jazmín empezaba a salir humo. Yo estaba arrodillado echando barro con todas mis fuerzas. Era muy peligroso para el jazmín recién trasplantado y ahora con el veneno tan cerca, aunque el manual decía que no. Pensé si no podría cortar la galería de las hormigas unos metros antes del cantero, pero antes de nada eché el barro y taponé la salida lo mejor que pude. Lila se había sentado a la sombra con un libro y me miraba trabajar. Me gustaba que me estuviera mirando, y puse tanto barro que seguro por ahí no iba a salir más humo. Después me acerqué a preguntarle dónde había una pala para ver de cortar la galería antes que llegara al jazmín con todo el veneno. Lila se levantó y fue a buscar la pala, y como tardaba yo me puse a mirar el libro que era de cuentos con figuras, y me quedé asombrado al ver que Lila también tenía una pluma de pavorreal preciosa en el libro, y que nunca me había dicho nada. Tío Carlos me estaba llamando para que taponara otros agujeros, pero yo me quedé mirando la pluma que no podía ser la de Hugo pero era tan idéntica que parecía del mismo pavorreal, verde con el ojo violeta y azul, y las manchitas de oro. Cuando Lila vino con la pala le pregunté de dónde había sacado la pluma, y pensaba contarle que Hugo tenía una idéntica. Casi no me di cuenta de lo que me decía cuando se puso muy colorada y contestó que Hugo se la había regalado al ir a despedirse.

—Me dijo que en su casa hay muchas —agregó como disculpándose pero no me miraba, y tío Carlos me llamó más fuerte del otro lado de los ligustros y yo tiré la pala que me había dado Lila y me volví al alambrado, aunque Lila me llamaba y me decía que otra vez estaba saliendo humo en su jardín. Salté el alambrado y desde casa por entre los ligustros la miré a Lila que estaba llorando con el libro en la mano y la pluma que asomaba apenas, y vi que el humo salía ahora al lado mismo del jazmín, todo el veneno mezclándose con las raíces. Fui hasta la máquina aprovechando que tío Carlos hablaba de nuevo con las de Negri, abrí la lata del veneno y eché dos, tres cucharadas llenas en la máquina y la cerré; así el humo invadía bien los hormigueros y mataba todas las hormigas, no dejaba ni una hormiga viva en el jardín de casa.

domingo, 20 de marzo de 2011

La Herida - Heroes del Silencio - Videoclip

MIGUEL MATEOS EL NENE MAS MALO DEL MUNDO (video Original) ESTOYYYY A PLENOOOO ATAQUEEEE DE IRAAAAAAAAAAAA




QUÉ TUPÉEEEEEE, MATÍAS ALEEEEE!!!

Tu amor por mí ya se venció
por caprichoso y por llorón
fui castigado a un rincón

Antes era una fiesta
ahora es una siesta, apesta.
Antes yo era profundo
ahora soy el nene mas malo del mundo.

Nos falta comunicación
y un poco de penetración
yo se que voy a madurar.

Antes todo era gloria
era nuestra historia, memorias.
Antes yo era tu rumbo
ahora soy el nene mas malo del mundo.

Yo se que voy a madurar...

Tu mejor vestido
fue siempre tu sonrisa, sin prisa
hoy yo te haré un hechizo
cada vez que despiertes, será conmigo.

Antes era una fiesta
ahora es una siesta, apesta.
Antes yo era profundo
ahora soy el nene mas malo del mundo...


NO SOS NADAAAAAAAAAAAA
ODIO QUE ME HAGAN ESCUCHAR MIGUEL MATEOS
QUE SIGNIFICA LA DERROTA PÚBLICA
( ES LA PÚBLICA, INFELIZ, NO LA PRIVADA ASÍ
"COMO A VOS TE GUSTA USAR CIRCUNSTANCIALES DE MODO")


ANTES TODO ERA UNA FIESTA, AHORA TODO APEEEESTAAAAAA

sábado, 19 de marzo de 2011

Robbie Williams - Rock DJ (Official Music Video 720p HD) + Lyrics



BAILARINA.COM

Robbie Williams - Rock DJ (Official Music Video 720p HD) + Lyrics



Y HABLANDO DE BAILARINES DES-KAR-NADOS!!!!

Con “TEXTOS” del Otro…





Llegada de un mensaje del canalla. “KA-nalla”, es lo que simplemente ella grita frente al tel. Retomando la idea del canalla y de la canallada, hay que remitirse justamente a la idea de la canallada según lo que dice el bienhechor Lacan.

Dice Lacan acerca de la posición del canalla: "proponerse como Otro del Otro para manipular el deseo de los demás". De ahí, entonces que me sea un tanto dificultoso contestarle a la señora CoCa Sarli con todas esas lolas tan grandes Qué-desea-el-canalla-de-ella. Para tratar de encontrar una respuesta en el día me pongo a investigar. Investigar es indagar para mí. Investigar forma parte de un paradigma en donde diferentes nociones se empiezan a juntar para articular una idea. Será la Luna Llena. Será que estamos en pleno perigeo y que justamente por eso me parece que las mareas se me vienen subiendo. Que se va a producir la OLA más grande y que en definitiva quiero aprovechar la ola a la que estoy subida para surfear aunque sea para mirar de manera-analítica-lo-que-pasa.

Busco información. Encuentro que al intentar conceptualizar la posición canalla el problema que surge inmediatamente es que "canallada" y "canalla" son nociones en Lacan usa muy discretamente. No obstante, hay una referencia cierta en El reverso del psicoanálisis donde otorga la siguiente definición: toda canallada se basa en querer ser el Otro del Otro de alguien para manipular sus deseos. En consecuencia, el canalla proclama la verdad desde el lugar del Otro para operar sobre los deseos de los otros. Ajá, entiendo. Proclama la verdad del Otro. Pero el tema es que para el canalla, el Otro no existe es NADA. Okey, esta es mi hipótesis. El canalla capta el deseo del otro y lo manipula. Capta justamente el deseo y se predispone como ese gran Otro del sujeto y le hace creer que justamente ES su deseo. Claro que lo realiza no sin antes tantear. No actúa de manera directa, es el ladrón de guante blanco, no hace nada sino hace que los demás actúen para él. En eso, me viene a la cabeza una hermosa metáfora de lo que es el canalla para mí: “Un sultán desea a una bailarina. Ella se sabe objeto del deseo del sultán. Un día el sultán la elige para hacer la danza de los siete velos. Ella se atavia como una reina. Se viste bellamente y baila. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. Ella danza y danza y comienza a sacarse los velos. Uno por uno. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina se queda sin velos. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina se desnuda y sigue bailando frente a él. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina se quita la piel, y la arroja con los velos. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina se arranca los pedazos de su carne y se los arroja. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina sigue arrancándose la carne de su cuerpo hasta que queda en huesos. Él aplaude, y sonriente grita “Más”. La bailarina no puede bailar más. Y los huesos caen frente a él. Ya no hay más nada que quitarse. Él aplaude, y sonriente grita “Más””

Claro que de eso no se habla. No se habla de la bailarina. Se habla de la posición del sultán quien sabiendo que ella es deseante, se aproxima a pedir la totalidad del otro. La canallada es que la bailarina ya no puede seguir haciéndose objeto. La canallada del otro es justamente ser ese que de repente inmune, inmóvil e incierto capta justamente ‘la falta de’ para constituirse ese Otro que en definitiva obtiene los pedazos de carne para satisfacerse felizmente y seguir pidiendo más y más y más. No es lograr algo por sí mismo, no es mudarse de (por ejemplo) lugar, sino que tiene que ver con dejar al otro en la posición de la incertidumbre de estar o no en la calle.
El punto de la canallada trae la cuestión de la confianza y la desconfianza. Porque si uno es consciente de la manipulación entonces no hay verdades sino puros saberes ordenados y sistemáticamente organizados para ser ‘conjurados’, es entonces que el sujeto contemporáneo manifiesta una desconfianza cínica hacia toda ideología pública, pero se deja llevar, sin contradicción, por fantasmas paranoicos de supuestas conspiraciones políticas, económicas o religiosas, - por ejemplo: el SIDA es resultado de un laboratorio secreto de la CIA, los francomasones dominan el mundo , las personas no son reales sino existen en una realidad paralela y cibernética en donde cada quien no es más que un virus de computadora- y así la desconfianza en el Otro termina en la confianza en el Otro del Otro invisible e impenetrable que maneja los hilos del mundo. Interesante la idea de manejar los hilos cual tejido de Aracne, (chiste interno, hay nombres censurados o reprimidos por mi parte benévola ).

Por otro lado, En “Les non dupes errent” Lacan denomina canallas a aquellos que no creen demasiado en la verdad. Hay aquí dos términos afectados: creencia y verdad. Cada vez que nos encontramos ante un modo canalla, se puede verificar que la relación de aquel con la creencia y la verdad se halla en déficit, yo creo que tiene que ver con la imposibilidad de algo sea certero para quien se halla en deficiencia de consistencia consigo mismo. Es como si de repente, nos encontráramos a la par de Ulises y le demandáramos que dejase de decir mentiras. Y hablando de analogías, no dejo de pensar en los sujetos de las novelas de Sade, “Justine” o “Juliette” que en definitiva, destrozan a esas mujeres pero en la realidad, el goce está con su posición libertina. A propósito del El sobrino de Rameau de Diderot, J.-A. Miller extrae las siguientes frases de la obra: “Abandono mi espíritu a todo libertinaje” y “Mis pensamientos son mis rameras”, para señalar que el libertinaje “Es gozar, sin duda, pero gozar sin ser esclavo de ese goce. Por el contrario, es ser amo de ese goce. Es en cierto modo, amar su pulsión en la indiferencia del objeto, uno u otro. Es esencialmente, no casarse con ningún pensamiento, sino extraer de cada uno una satisfacción que no encadena”. Es una idea que ilumina de modo ejemplar la posición canalla.
No hay dudas, al negar toda implicación con la culpa y la responsabilidad, (‘la culpa la tiene el que le dio tu teléfono a quien te llamó, no es mía’/ ‘el Otro es el que no te cuidó’, etc) la posición canalla resulta antinómica a la rectificación subjetiva; justamente, un rasgo característico del canalla es que "siempre se inventa disculpas para todo" (‘Síntoma del golpeador’ lo llamo, el tipo que faja a una mina y al toque le pide disculpas porque en realidad ELLA es la que lo pone loquito y agresivo) presa de su egolatrismo crean situaciones como la de la ‘AMISTAD RARA QUE NOS UNE ME GUSTA Y MUCHO’ es la vileza más pura en el caso del egoísmo para quien no desea nada más que satisfacción de un momento ya que CREMONA.NET está ausente de forma inmediata (o mediata) y de repente es necesario un FALO para sostener eso que nadie se anima a sostener. Es en ese egoísmo, un canalla que siempre encuentra justificaciones para sus actos sin culpa ni responsabilidad alguna, puede ser perfectamente compatible con la normalidad social y política. Resulta frecuente que el canalla se enmascare detrás de una autoridad en la que no cree y desde allí comenzar a ejercer una influencia sobre el otro. Ciertamente, los individuos manipuladores del deseo no se corresponden con el delincuente común ni el asesino criminal sino con predicadores, dirigentes, terapeutas etc. Al respecto, puede distinguirse al pequeño y ambicioso canalla inmerso en una lógica de éxito y fracaso, de un canalla mayor que, sobre el derrumbe del deseo propio y ajeno, se entrama en el ejercicio del poder para manejar las realidades de los otros. Y como afirman, el perfecto canalla es un Stalin, el hombre de acero, intocable, cerrado sobre sí mismo, sin escrúpulos ni decencia, sin vacilación ni falta en ser. Desde luego, el esplendor del canalla y su brillo maléfico provienen de no aceptar ni al Otro con mayúsculas, que no es más que una ficción, ni a los otros, que no valen nada. Porque en sí mismo ÉL NO VALE NADA.

Entonces ella deja salir su parte femenina. Su minita que lleva dentro y decidida a terminar con toda la canallada junta. Toma el fetiche y lo mira. Terminar con los animalitos. Terminar con la ficción. Se ausenta como hace Kalipso en la cueva de sí misma, luego de dejar a Ulises para que vuelva con su amada Penélope. Pero lo que nadie sabe es que Kalipso Kirké Khorizontés decidieron aliarse, todas juntas en devolverlo a la realidad con moño y caja de acetato. Tomaron entre todas un fetiche y colocaron dentro de la boca del fetichito todos sus más íntimos miedos y todo el pasado vivido con el mentiroso y manipulador Ulises. Y lo quemaron. Sí, lo quemaron. Para que de las cenizas esta vez no se escape, porque está la LUNA LLENA de testigo y porque sólo hay oportunidades cada dieciocho años para que uno pueda extirparse eso que de repente, es una ola a la que una está subida.

Canalla, ¿Que Pretende Usted De Mi? (Y EL ANÁLISIS DE LA CANALLADA SEGÚN KARINA BAJO INFLUJO LUNAR) - Isabel Sarli



Y SE VIENEEEE
EL ANÁLISIS DEL CANALLA!!!!!!

A UN MES LUNAR...LOBO ESTÁ AULLANDO, PERO SE VUELVE PERRO....!!!!



Cae la noche y amanece en Paris
en el día en que todo ocurrió
Como un sueño de locos sin fin
La fortuna se ha reído de tí
y de mí
La luna llena sobre París
Cada noche llaman desde París
en el día en que todo ocurrió
Como un sueño de locos sin fin
La fortuna se ha reído de tí
Sorprendido espiando
el lobo escapa aullando
y es mordido
por el mago del Siam
(La luna llena sobre París)
Auuuu
ha transformado en hombre a Denis
Rueda por los bares del bulevar
se ha alojado en un sucio hostal
Mientras está cenando
junto a él se ha sentado
una joven
con la que irá a contemplar
(La luna llena sobre París)
Auuuu
Algunos francos cobra Denis
Auuuu
Lobo-hombre en París
Auuuu
Su nombre: Denis
La luna llena sobre París
Auuuu
ha transformado en hombre a Denis
(Lobo-hombre en París)
¡A ver ese aullido!
(Auuuu)
Lobo-hombre en París
¿Harías otro por mí?
(Auuuu)
Su nombre: Denis
¡Vente conmigo!
Mientras está cenando
junto a él se ha sentado
una joven
con la que irá a contemplar
La luna llena (sobre París)
Auuuu
ha transformado en hombre a Denis
Auuuu
Lobo-hombre en París
Auuuu
Su nombre: Denis

jueves, 17 de marzo de 2011

TERAPIAS ALTERNATIVAS




Dicen los que saben, que el oficio de escribir aparte de ser un arte, tiene que tener una parte. O sea, que hay que tener una organización para discurrir. El discurso (latín, discurro,-i, -cursum) nos dice que tiene que ver con ‘correr de una parte hacia otra’. Otra acepción que da el VOX es ‘acudir’. Loquísimo que las palabras sean la forma de correr. Me puse a pensar qué icónico es el lenguaje en sí. Un caso raro fue cuando un alumno con quien no tenía lo que se dice ‘transferencia/cercanía/vínculo’ me haya pedido “Srta. Karina por favor, sería tan amable, si no es molestia de permitirme ir al baño?”, cuando al final del año terminó diciendo: “Voy al baño!”, y el flaco se paraba y se iba. Las palabras son materialidad pura para quienes hacemos caldos de ellas. Caldos y sopas. A veces no entiendo bien, pero pienso qué hubiese sido de mí sin las palabras. Porque en los gestos no me hallo. No me ha YO. YO no soy la de los gestos. Soy sólo la de las palabras. Extrañezas de la vida, no me doy cuenta y les doy la siguiente fábula a los de primer año. La fábula era de Monterroso.

“Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.”



Una nena siente pena por la rana. Yo le contesto que no, que se jorobe porque la Rana dejó de mirarse en su propio espejo para mirarse en el espejo de los demás y ahí me pregunto cuántas veces he dejado de mirarme en el espejo propio para mirarme en espejos ajenos y comprar espejitos de colores. ¿Cuántas veces fui la rana que quería ser Rana auténtica, dando brincos y agilizando mis piernas para dar saltos cada vez más altos en pos de la aprobación de alguien?. ¿Cuántas veces entregué mi propia carne y cual cordero sacrificial, me tomaron por pollo? ¿Por qué conservo el e-mail K “la rana” que un día él me creó cuando yo no tenía ni computadora?

A veces dudo de si es cuestión de cambiar la piel, mutar o directamente aceptar quién es uno en realidad, la verdadera naturaleza. El error en la rana fue mirarse en los otros y llegar hasta el punto en que por ganar ‘masa muscular’ encima quedó como pollo. O quizás estaba estipulado desde el principio que ella era aquello que se sacrifica y se inmola por otros. Al toque recordé otra fábula que tuve que buscar en Google para meditar un poco:

“En lo profundo del bosque habitaban cuatro animales: un conejo,un mono, un chacal y una nutria.
Se querían mucho, se ayudaban en todo lo que podían y, por ello, vivían muy felices. Eran también muy piadosos y, cada vez que había luna llena, los cuatro animales guardaban un día de ayuno pues así lo estipulaban los preceptos de su religión.
“Recuerden que mañana es luna llena - les dijo el conejo - y que no podemos comer nada”
“¿Y si llegara un peregrino y nos pidiera algo de comer? - preguntó intranquila la nutria - ¿Cómo podríamos cumplir al mismo tiempo el precepto del ayuno y el de la hospitalidad?”
Los cuatro animales se pusieron a pensar hasta que el conejo encontró la solución:
“Mañana, antes de que salga el sol, iremos a buscar el alimento diario, pero no lo comeremos, sino que lo guardaremos bien por si llega algún peregrino o caminante”
Así acordaron hacerlo y se fueron a descansar tranquilos.
Al amanecer del día siguiente iniciaron su jornada: la nutria se zambulló en el río y al cabo de un rato, había pescado cinco peces que brillaban al sol. Los guardó en un buen sitio e inició su jornada de ayuno y oraciones. El mono se subió a un árbol cargado de fruta y recogió la suficiente para agasajar al posible caminante que pasara por allí. Hecho esto, inició su meditación. También el chacal cumplió bien con su tarea: se acercó sigilosamente a un pescador que estaba en la orilla del río y le arrebató la merienda que su mujer le había preparado. Sólo el conejo inició sus oraciones sin buscar alimento alguno.

Y sucedió que el dios de los animales quiso comprobar la fe de sus criaturas y, disfrazado de peregrino, se presentó en el claro del bosque que habitaban los cuatro animales. El primero en notar su presencia fue el mono, a quien el menor ruido solía distraer cuando se encontraba en oración. Salió a su encuentro y le dijo:
“Amigo caminante, hoy es nuestro día de ayuno, pero tengo unas frutas frescas y jugosas que recogí para ti. Te ruego que aceptes mi hospitalidad”

El dios de los animales quedó gratamente sorprendido. Después, fingiendo que iba al río a lavarse las manos, se acercó a la nutria y le dijo:
“Amiga nutria, vengo de muy lejos y llevo casi dos días sin probar bocado. ¿No tendrías algo que ofrecer a este pobre peregrino?”

La nutria le ofreció gustosa los cinco peces que había pescado en la mañana. Mientras se acercaba al lugar del chacal, el dios de los animales iba admirando su devoción ya que cumplían a la perfección el precepto del ayuno sin romper para nada el precepto de la hospitalidad. También el chacal le ofreció la merienda que le había arrebatado al pescador y le invitó a comer. Sólo le faltaba comprobar la devoción del conejo y sin poder imaginar qué le podría brindar, el dios de los animales se acercó a su madriguera. Como estaba absorto en su meditación, el dios de los animales tuvo que gritar para que advirtiera su presencia:
“Hermano conejo, ¿no tendrás algo de comer para este pobre peregrino hambriento?”
“Por supuesto que sí - le contestó el conejo - te daré un buen trozo de carne fresca con la que podrás saciar tu hambre.Enciende una fogata y cuando las brasas estén listas, yo te traeré la carne”

El dios de los animales reunió ramas y palos e hizo lo que le había pedido el conejo. Por mucho que pensaba y pensaba, no podía imaginar de dónde iba a conseguir el conejo la carne.

Cuando la brasa estaba en su punto, apareció el conejo y se arrojó al fuego diciéndole al peregrino:
“La carne que quiero ofrecerte es mi propio cuerpo, pues sé que a los hombres les encanta comer conejo asado. Aliméntate conmigo y sigue reconfortado tu camino”

Fue entonces cuando el dios de los animales, conmovido ante tanta generosidad, retomó su verdadera apariencia y se transformó en un hermoso joven que brillaba como si estuviera hecho de luz. Tomó entonces las cenizas en que se había convertido el conejo y volando por encima de bosques y montañas, llegó hasta la luna y depositó las cenizas en su cara inmensa y pálida.
“Deseo - dijo el dios de los animales - que siempre que haya luna llena, todo el mundo recuerde la historia del conejo y no olvide nunca que la generosidad más sublime no consiste en dar cosas sino en ser capaz de darse para el bien de los demás”

Por ello, desde ese día, siempre que hay luna llena puede verse en sus manchas la imagen de un conejo”


Lo peor consistió en aceptar que ESA es mi naturaleza. Siempre voy a creer en el otro. Siempre voy a creer lo que me dicen y para mi esa es la verdá de la milanesa. La teoría del acto de habla es muy clara y convincente, ahora la teoría del acto de la REALIDAD INTERNA es muy diferente. Demasiado valor para las palabras y para el otro. Demasiada exposición. Demasiada luna llena a lo Boris Vian que termina haciéndome pensar ¿con qué necesidad? ¿Para qué seguir dis-c(o/u)rriendo por algo?

Igual…¡qué genial clase que terminé dando!

lunes, 14 de marzo de 2011

Manual de la PERFECTA INFAME







Días y días de lectura del horóscopo. Tardes de charla con tus amigas y tirada de cartas del Tarot Marsellés, egipcio y angelical. Lectura del I- Ching y sandeces como el análisis de la compatibilidad astrológica han demostrado que nada sirve. Imposibilitados por naturaleza de la capacidad de tener una fibra diferente de la óptica, incapacitados para expresar lo que sienten realmente, nos hemos cansado y hemos decidido de manera común (ella, Karina, y yo, Torrisi) hacer un frente de trincheras. Esta guerra no pretende ser una guerra relámpago en la que sólo aflora una simple tormenta pasajera, sino que plantea un frente de batalla. Miles de ellos han pasado por mi boca y pocos han tocado el cerebro, pues no soy tan vulgar para decir “corazón” ya que es simplemente un músculo. Es en ese sinfín de serafines y querubines donde caemos en la realidad: “Ellos son el enemigo”. Y así como a las hormigas, los fumigadores les arrojan veneno, nosotras haremos lo propio por las siguientes causas:


1) Excesividad de la charla. Defecto natural que radica básicamente en la imposibilidad de tolerar los silencios ya que por lo general, uno de los defectos que poseen los machos, poseedores del cromosoma XY (por la patita que le falta, vio?) llenan espacios con sandeces. Y estas pueden llegar a volverse letales contra una, porque a veces la llenan con charlas innecesarias sobre la humildad y el talento, el trabajo del proletario, te quieros innecesarios y ridiculeces como promesas de la consistencia de la gelatina recién hervida. Esas promesas (irrisorias) porque creer en la palabra masculina es creer justamente en la NO-PALABRA habla muy mal de nosotras porque justamente si hay algo que los caracteriza es la insinceridad. Pregúntale al tipo con el que te acostás: ¿estás teniendo sexo con otra? Y seguramente te hablará de sus problemas en el trabajo y de lo lindas que tenés las lolas. Eso sí. Excesividad de charla…seguro, que problemas en casa, que problemas con la nena, que problemas y problemas y blabletas, eso sí, de contestar si se curte a otra, ni hablar!

2) Diferenciemos MIEMBROS, TIPOS, de HOMBRES. En principio, tratemos de mantener la objetividad de la tarea. Llámase MIEMBRO a un sr. al cual se le puede mandar un mensaje de texto a cualquier horario, en cualquier momento y éste responde erecta y llanamente (u horizontalmente o verticalmente de acuerdo a su momento o estado etílico). Atención, que nosotros para ellos también nos convertimos en esta SINÉCDOQUE en la que somos “traste” o “lolas”. TIPOS son aquellos con los cuales uno puede tener una charla. En el momento del después una puede caer inevitablemente en el intento del abrazo (hecho que será discutidísimo más adelante), al tipo uno lo lleva al cine y si se afirma “LO LLEVA” es porque es un mero objeto. No carece de la entidad de sujeto, por más que de repente una lo mire con cara de qué- importante-tu- proyecto- y-qué-ganas-de-tomar-un-helado. Porque el TIPO si bien tiene más entidad que el MIEMBRO que es el pedazo de carne al que se usa y se tira, el tipo es el que de repente uno puede llegar a contar. Pero siempre que quede claro que el Tipo, va a ser sólo Tipo. Porque está imposibilitado desde el comienzo sea por portación de novia, por portación de problemas con su promiscuidad, por portación de idiotez, portación de ignorancia, o portación de ineficacia sumada al punto en que lo llevás al teatro a ver Andrómaca y espera ver minas en bolas, con la consecuente obligación que luego tiene una de volverse una acróbata china en la cama para agradecerle el favor. El HOMBRE es otra cosa. El hombre lamentablemente es una categoría que se ha perdido, porque en nuestra época de tanta falta de códigos, si La Chandon de Roland mostraba lo que era SER UN HOMBRE. Si el CID mostraba la piedad, justicia y paternalismo. Un HOMBRE es un ser inexistente. No existe. No cuenta conque digan “Te amo” porque un hombre no dice esa pelotudez, un hombre realiza el acto de habla, no lo enuncia. Por lo menos no necesita enunciarlo a cada momento para que le quede claro a su propio cerebro, o para que la otra se sienta amada. No, no, no, está el Hombre para que una se sienta una mujer. Ese es el problema, que el hombre no existe porque ha sido idealizado. Es una figurita. Un topos. Un lugar común. Un príncipe que se hace sapo. Puaj.


3) Tres salidas es lo que se necesita para determinar la categoría del sujeto. Tres solamente te permitirán darte cuenta de si es un potable o una bosta. Tres simples momentos: uno, la salida al cine. En la salida al cine es fundamental ver si paga la entrada y se da cuenta de qué clase de pochoclos comés. Si en la cola de la compra de pochoclos está transpirando, está claro que es un rata y las ratas pagan a medias. Pagan una cena de ochenta pesos y se jactan de haber pagado LA CENA ROMÁNTICA. Una cena romántica no incluye panchos con papas fritas pay, se avisa. Un sujeto que en la primera salida al cine te deja elegir la película es un sujeto sin iniciativas. Es un tipo que puede hoy ser plomero, como mañana trabajar en una oficina frente a una computadora o en definitiva dedicarse a vender tornillos en la esquina de Larrazabal y Zelada. Es un mediocre. Un mediocre no sirve para segunda salida. La segunda salida es la cena. En la cena uno se da cuenta de cuáles son los gustos sexuales del sujeto; porque un tipo que te lleva a una parrilla, es de los que se tiran gases; un tipo que te lleva a la pizzería, cuando va al baño le manda mensajes a otra mientras se mira si tiene orégano entre los dientes. Un tipo que te lleva a comer comida mexicana o peruana, es un tipo que le gusta el picante, por lo tanto esa primera cena olvidate de tener sexo, ya que va a ser un hedor andante. Un tipo que lleva a cenar comida china es un excéntrico que en realidad pretende pagar a medias. Un sr que invita a una dama a cenar a la orilla del río y/o zonas aledañas a Palermitanosidades y que en el menú elige el vino más caro (no tiene que ser Cabernet porque eso causa acidez), es un candidato a tercera cita. La tercera cita es la que una ya se ha depilado, ha comprado ropa interior nueva y se ha humectado la piel con brillitos (GRACIAS NATURA Y NIVEA VISAGE!). Salida al teatro a ver una obra clásica. Y si sobrevive a la obra, merece que seamos unas geishas en la cama. Si una los ve bostezar, directo a la lista negra. Y si por alguna casualidad se los pesca mirando con el rabillo del ojo el escote. Entonces que espere a una cuarta cita, por impúdico. Nadie que esté viendo Hamlet va a tener ganas de mirarle la tirita del corpiño a la acompañante.

4) Nunca hay que ser sincera con lo que una siente. Tal como habrá ocurrido en la época de las cavernas, el hombre huele el miedo. Y las mujeres cuando tenemos ciertos sentimientos nos volvemos adrenalínicas. En contraposición, ellos se vuelven particularmente paniqueros. Y el pánico no es sonso. Saben que van a decir cosas que no sienten. Saben que se irán de boca. Pero lo que saben es que están a pocos pasos de tirar todo por el tacho de basura. Así que por más que haya mucho para decir, por más que una esté sintiendo ese extraño enamoramiento (que aviso, según psicólogos, neurólogos dura lo que dura la dopamina, ergo es como tomarse una alplaxeta con champán!) dura la nada misma, pero dura lo suficiente como para que una oculte siempre lo que siente para centrarse en lo que piensa. Ellos no piensan, tienen una bragueta que piensa por ellos, por lo tanto es carente de raciocinio lo que tienen. De ahí que no hay que decir nada de lo que una sienta. Pues, cualquier cosa puede ser tomado en su contra. Callar. Solo callar y de última desahogar con algún otro tipo al que le quemes la cabeza luego de hacerle la parabólica humana en un escritorio.

5) Hablar de otros tipos. Sí, totalmente de acuerdo. Hay que hablar de otros tipos para que justamente el tipo en cuestión se dé cuenta de que “es uno más del montón”. A ver, seamos honestas. Somos minas, lindas, con inteligencia. Digamos infelices hay de sobra. Miembros, en cualquier after office, palo y a la bolsa. O directamente mensaje de texto para domingo matinal. Tipos es una cosa más de charleta pero siempre tiene que quedar en claro que hay otros. Hay otros porque ellos nos pusieron en ese lugar pedorro. Hay otros mejores porque justamente ellos eligieron ser mentirosos, porquerías e infelices. Entonces dejaron de ser “Los Únicos” para volverse “Amigacho”. Y lo que es ideal, es necesario decirles las ganas que una les tiene a otros tipos. Y todo lo que le haría una a otros tipos solo para que se sepan que no son nada, no son ni especiales ni siquiera una bolsa de harina con la cual una puede amasar dos kg de pizza. Son justamente eso: nada.

6) Sexo. Orgasmos masculinos. A ver, a ver. Hello. Ellos diariamente se levantan de sus camas con su forma plomiza y se tocan el miembro para ver si todavía existe. Ellos tienen sexo. Mucho sexo con cualquiera (sin protección, según estadísticas). Ellos se “revuelcan” con minas todo el tiempo. Ellos se acuestan con todo aquello que tenga un agujero. No hacen diferencia entre raza, sexo ni religión. No tienen en cuenta si son amigas, novias de amigos, amantes hermanas latinobolivianas de otros ni nada de eso. No les importa. Tienen sexo. Entonces, mis adoradas, ¿por qué brindarles el placer de fingir un orgasmo? ¿por qué esa performance que los haga sentir bien y que ellos disfruten? SON UN PEDAZO DE CARNE y como tal deben ser tratados. O sea, palo y a la bolsa. Metida de dedos, colada un rato y si en ese interín “tocaste el cielo con las manos”, listo, sacate a la foca de encima, empujalo y por más que diga “Pero yo no…” y ponga cara de que-no-terminó- vos sí terminaste, vos sí la pasaste bien, y vos solita te vas a pagar el remis y no vas a permitirle al otro que se dé el lujo de llamarte el taxi. Solita te vas para baño, uso de bidet previo, mientras el morsa está en la cama cambiando las sábanas para que no “huela a sexo” vos arriba de tu remis, taxi, ojotas lo que sea…vas emprendiendo el camino hacia tu casa. La perdición de una mujer se mide a partir del momento en que se queda a dormir. Basta que hayas cedido una noche para que se piense que es un permiso. Porque en el fondo son tan grises que disfrutan de dormir abrazados o haciendo cucharitas, pero la verdad es que no se lo bancan. Porque no está en su naturaleza. Lamentablemente, por cuestiones hormonales estamos acostumbradas al abrazo y al afecto. Pero también, por cuestiones hormonales una cocodrila se come a los cocodrilitos y la mantix religiosa le come la cabeza al macho luego de la cópula macabra así que por salud mental, una vez que se produce el SÍ EXISTENTE ORGASMO FEMENINO se pasará a evitar contacto con el sujeto. Porque hay demasiados peces en el agua para andar regalando orgasmos a cuanto pelele hay.

Y COMO ES TARDE, Y TENGO SUEÑO. ABANDONO UN RATO LA INFAMIA PARA DORMIR CON DULCES ANGELITOS RONDANDO EN MI CABEZA….

Manual de la PERFECTA INFAME






Días y días de lectura del horóscopo. Tardes de charla con tus amigas y tirada de cartas del Tarot Marsellés, egipcio y angelical. Lectura del I- Ching y sandeces como el análisis de la compatibilidad astrológica han demostrado que nada sirve. Imposibilitados por naturaleza de la capacidad de tener una fibra diferente de la óptica, incapacitados para expresar lo que sienten realmente, nos hemos cansado y hemos decidido de manera común (ella, Karina, y yo, Torrisi) hacer un frente de trincheras. Esta guerra no pretende ser una guerra relámpago en la que sólo aflora una simple tormenta pasajera, sino que plantea un frente de batalla. Miles de ellos han pasado por mi boca y pocos han tocado el cerebro, pues no soy tan vulgar para decir “corazón” ya que es simplemente un músculo. Es en ese sinfín de serafines y querubines donde caemos en la realidad: “Ellos son el enemigo”. Y así como a las hormigas, los fumigadores les arrojan veneno, nosotras haremos lo propio por las siguientes causas:


1) Excesividad de la charla. Defecto natural que radica básicamente en la imposibilidad de tolerar los silencios ya que por lo general, uno de los defectos que poseen los machos, poseedores del cromosoma XY (por la patita que le falta, vio?) llenan espacios con sandeces. Y estas pueden llegar a volverse letales contra una, porque a veces la llenan con charlas innecesarias sobre la humildad y el talento, el trabajo del proletario, te quieros innecesarios y ridiculeces como promesas de la consistencia de la gelatina recién hervida. Esas promesas (irrisorias) porque creer en la palabra masculina es creer justamente en la NO-PALABRA habla muy mal de nosotras porque justamente si hay algo que los caracteriza es la insinceridad. Pregúntale al tipo con el que te acostás: ¿estás teniendo sexo con otra? Y seguramente te hablará de sus problemas en el trabajo y de lo lindas que tenés las lolas. Eso sí. Excesividad de charla…seguro, que problemas en casa, que problemas con la nena, que problemas y problemas y blabletas, eso sí, de contestar si se curte a otra, ni hablar!

2) Diferenciemos MIEMBROS, TIPOS, de HOMBRES. En principio, tratemos de mantener la objetividad de la tarea. Llámase MIEMBRO a un sr. al cual se le puede mandar un mensaje de texto a cualquier horario, en cualquier momento y éste responde erecta y llanamente (u horizontalmente o verticalmente de acuerdo a su momento o estado etílico). Atención, que nosotros para ellos también nos convertimos en esta SINÉCDOQUE en la que somos “traste” o “lolas”. TIPOS son aquellos con los cuales uno puede tener una charla. En el momento del después una puede caer inevitablemente en el intento del abrazo (hecho que será discutidísimo más adelante), al tipo uno lo lleva al cine y si se afirma “LO LLEVA” es porque es un mero objeto. No carece de la entidad de sujeto, por más que de repente una lo mire con cara de qué- importante-tu- proyecto- y-qué-ganas-de-tomar-un-helado. Porque el TIPO si bien tiene más entidad que el MIEMBRO que es el pedazo de carne al que se usa y se tira, el tipo es el que de repente uno puede llegar a contar. Pero siempre que quede claro que el Tipo, va a ser sólo Tipo. Porque está imposibilitado desde el comienzo sea por portación de novia, por portación de problemas con su promiscuidad, por portación de idiotez, portación de ignorancia, o portación de ineficacia sumada al punto en que lo llevás al teatro a ver Andrómaca y espera ver minas en bolas, con la consecuente obligación que luego tiene una de volverse una acróbata china en la cama para agradecerle el favor. El HOMBRE es otra cosa. El hombre lamentablemente es una categoría que se ha perdido, porque en nuestra época de tanta falta de códigos, si La Chandon de Roland mostraba lo que era SER UN HOMBRE. Si el CID mostraba la piedad, justicia y paternalismo. Un HOMBRE es un ser inexistente. No existe. No cuenta conque digan “Te amo” porque un hombre no dice esa pelotudez, un hombre realiza el acto de habla, no lo enuncia. Por lo menos no necesita enunciarlo a cada momento para que le quede claro a su propio cerebro, o para que la otra se sienta amada. No, no, no, está el Hombre para que una se sienta una mujer. Ese es el problema, que el hombre no existe porque ha sido idealizado. Es una figurita. Un topos. Un lugar común. Un príncipe que se hace sapo. Puaj.


3) Tres salidas es lo que se necesita para determinar la categoría del sujeto. Tres solamente te permitirán darte cuenta de si es un potable o una bosta. Tres simples momentos: uno, la salida al cine. En la salida al cine es fundamental ver si paga la entrada y se da cuenta de qué clase de pochoclos comés. Si en la cola de la compra de pochoclos está transpirando, está claro que es un rata y las ratas pagan a medias. Pagan una cena de ochenta pesos y se jactan de haber pagado LA CENA ROMÁNTICA. Una cena romántica no incluye panchos con papas fritas pay, se avisa. Un sujeto que en la primera salida al cine te deja elegir la película es un sujeto sin iniciativas. Es un tipo que puede hoy ser plomero, como mañana trabajar en una oficina frente a una computadora o en definitiva dedicarse a vender tornillos en la esquina de Larrazabal y Zelada. Es un mediocre. Un mediocre no sirve para segunda salida. La segunda salida es la cena. En la cena uno se da cuenta de cuáles son los gustos sexuales del sujeto; porque un tipo que te lleva a una parrilla, es de los que se tiran gases; un tipo que te lleva a la pizzería, cuando va al baño le manda mensajes a otra mientras se mira si tiene orégano entre los dientes. Un tipo que te lleva a comer comida mexicana o peruana, es un tipo que le gusta el picante, por lo tanto esa primera cena olvidate de tener sexo, ya que va a ser un hedor andante. Un tipo que lleva a cenar comida china es un excéntrico que en realidad pretende pagar a medias. Un sr que invita a una dama a cenar a la orilla del río y/o zonas aledañas a Palermitanosidades y que en el menú elige el vino más caro (no tiene que ser Cabernet porque eso causa acidez), es un candidato a tercera cita. La tercera cita es la que una ya se ha depilado, ha comprado ropa interior nueva y se ha humectado la piel con brillitos (GRACIAS NATURA Y NIVEA VISAGE!). Salida al teatro a ver una obra clásica. Y si sobrevive a la obra, merece que seamos unas geishas en la cama. Si una los ve bostezar, directo a la lista negra. Y si por alguna casualidad se los pesca mirando con el rabillo del ojo el escote. Entonces que espere a una cuarta cita, por impúdico. Nadie que esté viendo Hamlet va a tener ganas de mirarle la tirita del corpiño a la acompañante.

4) Nunca hay que ser sincera con lo que una siente. Tal como habrá ocurrido en la época de las cavernas, el hombre huele el miedo. Y las mujeres cuando tenemos ciertos sentimientos nos volvemos adrenalínicas. En contraposición, ellos se vuelven particularmente paniqueros. Y el pánico no es sonso. Saben que van a decir cosas que no sienten. Saben que se irán de boca. Pero lo que saben es que están a pocos pasos de tirar todo por el tacho de basura. Así que por más que haya mucho para decir, por más que una esté sintiendo ese extraño enamoramiento (que aviso, según psicólogos, neurólogos dura lo que dura la dopamina, ergo es como tomarse una alplaxeta con champán!) dura la nada misma, pero dura lo suficiente como para que una oculte siempre lo que siente para centrarse en lo que piensa. Ellos no piensan, tienen una bragueta que piensa por ellos, por lo tanto es carente de raciocinio lo que tienen. De ahí que no hay que decir nada de lo que una sienta. Pues, cualquier cosa puede ser tomado en su contra. Callar. Solo callar y de última desahogar con algún otro tipo al que le quemes la cabeza luego de hacerle la parabólica humana en un escritorio.

5) Hablar de otros tipos. Sí, totalmente de acuerdo. Hay que hablar de otros tipos para que justamente el tipo en cuestión se dé cuenta de que “es uno más del montón”. A ver, seamos honestas. Somos minas, lindas, con inteligencia. Digamos infelices hay de sobra. Miembros, en cualquier after office, palo y a la bolsa. O directamente mensaje de texto para domingo matinal. Tipos es una cosa más de charleta pero siempre tiene que quedar en claro que hay otros. Hay otros porque ellos nos pusieron en ese lugar pedorro. Hay otros mejores porque justamente ellos eligieron ser mentirosos, porquerías e infelices. Entonces dejaron de ser “Los Únicos” para volverse “Amigacho”. Y lo que es ideal, es necesario decirles las ganas que una les tiene a otros tipos. Y todo lo que le haría una a otros tipos solo para que se sepan que no son nada, no son ni especiales ni siquiera una bolsa de harina con la cual una puede amasar dos kg de pizza. Son justamente eso: nada.

6) Sexo. Orgasmos masculinos. A ver, a ver. Hello. Ellos diariamente se levantan de sus camas con su forma plomiza y se tocan el miembro para ver si todavía existe. Ellos tienen sexo. Mucho sexo con cualquiera (sin protección, según estadísticas). Ellos se “revuelcan” con minas todo el tiempo. Ellos se acuestan con todo aquello que tenga un agujero. No hacen diferencia entre raza, sexo ni religión. No tienen en cuenta si son amigas, novias de amigos, amantes hermanas latinobolivianas de otros ni nada de eso. No les importa. Tienen sexo. Entonces, mis adoradas, ¿por qué brindarles el placer de fingir un orgasmo? ¿por qué esa performance que los haga sentir bien y que ellos disfruten? SON UN PEDAZO DE CARNE y como tal deben ser tratados. O sea, palo y a la bolsa. Metida de dedos, colada un rato y si en ese interín “tocaste el cielo con las manos”, listo, sacate a la foca de encima, empujalo y por más que diga “Pero yo no…” y ponga cara de que-no-terminó- vos sí terminaste, vos sí la pasaste bien, y vos solita te vas a pagar el remis y no vas a permitirle al otro que se dé el lujo de llamarte el taxi. Solita te vas para baño, uso de bidet previo, mientras el morsa está en la cama cambiando las sábanas para que no “huela a sexo” vos arriba de tu remis, taxi, ojotas lo que sea…vas emprendiendo el camino hacia tu casa. La perdición de una mujer se mide a partir del momento en que se queda a dormir. Basta que hayas cedido una noche para que se piense que es un permiso. Porque en el fondo son tan grises que disfrutan de dormir abrazados o haciendo cucharitas, pero la verdad es que no se lo bancan. Porque no está en su naturaleza. Lamentablemente, por cuestiones hormonales estamos acostumbradas al abrazo y al afecto. Pero también, por cuestiones hormonales una cocodrila se come a los cocodrilitos y la mantix religiosa le come la cabeza al macho luego de la cópula macabra así que por salud mental, una vez que se produce el SÍ EXISTENTE ORGASMO FEMENINO se pasará a evitar contacto con el sujeto. Porque hay demasiados peces en el agua para andar regalando orgasmos a cuanto pelele hay.

Y COMO ES TARDE, Y TENGO SUEÑO. ABANDONO UN RATO LA INFAMIA PARA DORMIR CON DULCES ANGELITOS RONDANDO EN MI CABEZA….