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martes, 21 de septiembre de 2010

AIM COMING, DIAR (DIJO EN UNA SUCIA FONÉTICA) CRÓNICA DE UN FEAR AND LOATHING...



EN DICIEMBRE DE 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir "hice el amor" es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que "hicimos" ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos "acostamos juntos".


FOGWILL


Me acuerdo de que hacía mucho frío. Que era de esos fríos que calan los huesos y provocan calambres en el alma. Siempre fui friolenta. Duermo con medias aún en verano. Sin embargo, cuando tengo sexo lo primero que revoleo, en un ataque de stripper son las medias zoquetes coloridas. Esa vez hacía frío. En los 90, me enteré de una de esas cosas que tenían tanto que ver conmigo que fueron como siempre, tapadas por la irrealidad de la deliciosa cannabis. Tenía diecisiete años y había logrado que mi vieja me confesara que era adoptada. Me sirvió porque en ese momento pude entender alguna de las mierdas de mi familia. En ese contexto, saqué un pasaje a la costa, precisamente a Villa Gessell, donde me esperaba mi ex novio. Por el lado de él, comenzaba la vida en serio. Eran las últimas vacaciones de un adolescente dieciochesco con sus amigos nabos. Antes de comenzar la vida en serio. Y en serie. En ese momento, la vida comenzaba a los dieciocho, cuando elegías tu carrera universitaria y podías pagarte (gracias al primer trabajo de telemarketer) las salidas con tu chico/a y la ropa KosiuKo. Mi llegada a Gessell fue de lo peor. Hacía frío en el micro. Así como hacía frío al bajar. Recuerdo la micro mini de jean que usaba con las Topper. Sigo usando polleras de jean, más largas pero aggiornadamente para una tipa treintona. Me visto mal, lo sé. Un amigo me dice que me visto como una adolescente. Un día, me preguntó cuándo me iba a vestir como una mina de mi edad. Interesantemente mientras caminaba conmigo vestida de esa manera solo dijo al viento “qué lindo que es ir caminando por Gessell con Mi Rola”. Insensateces y digresiones.

En ese momento no sabía que podría recibir maltratos. Digamos que debería haberme dado cuenta de mi capacidad de autogeneración ante la hostilidad de cualquiera. Llegada al lugar, me esperaba un minúsculo catre donde compartir espacio con quien era mi novio. Era el chico más lindo con el que estuve. A veces creo que se vuelve más lindo con el paso del tiempo porque fue el primero en toda la larga lista de los que genialmente se salieron de la relación resbaladiza para caer en la estructura perfecta y enmarcada de su realidad con divinas mujeres y niños regordetes. Siguiendo con el recuerdo, él era alto y con EL CUERPO. Yo era LA PETISA ALTANERA. Pareja explosiva de forma visual. Igual le pasaba el trapo. Era tan lindo como nabo en su discurso (y sin embargo lo elijo así). Me muestra el departamento donde en las penumbras se veían dos siluetas. Una en una cama cómoda, con espacio sobrante hasta el punto que tenía la almohada de costado. Y otro en la camita que se salía de debajo de la anteriormente mencionada. Mi ex dormía en un mini catre donde era claramente imposible que entraran dos personas, sin embargo, el sorteo perpetuado por uno de los durmientes ocasionó que debiésemos ser relegados a ese lugar. Demás está contar que fui tratada cual “Isaura la esclava”, y encima aguantando el autoritarismo de uno de los infames. Pero si cuento esto, es sólo para que me agarre un ataque de histrionismo ante una imagen que tuve grabada por años para que nuevas imágenes se le asienten encima para hacerme pensar en que debo lobotomizar algunos hechos antes de que los hechos me lobotomicen (o me lobeen, masticándome cual Licaón ). El último amanecer que yo tenía en ese lugar antes de irme de allí, el amigo de mi ex me llama por lo bajo. Yo, encucharada (como siempre), abro los ojos y me encuentro con un ridículo que me llama a ¿su cama?. Y me incorporo. Me dice que se tiene que ir (siempre se tiene que ir). Me dice que se va y que si quiero, que puedo dormir en su cama (yo no quiero dormir en su cama chivada de toda su muchosidad que tenía en ese momento) pero hipnóticamente abro los ojos gigantes y me acuesto en la cama, abrazando la almohada que él abrazo antes. Y me levanto para decirle que la cama es un asco. Pero me doy vuelta y puedo dormir sin nada que me genere culpa.
Sí, en ese momento me levanté de la cama donde dormía acompañada para ir a dormir a la cama vacía que él me ofrecía. Nunca me dio nada más que una cama para descansar. Ni lo hizo antes, ni lo va a hacer. Es así como el tiempo según el calendario maya es cíclico y nos pone en lo que se llama una “nueva celda” para ver cómo actuamos ante la misma imagen, la misma persona pero con mayor sabiduría.
Demás está decir que nada de lo que me ocurrió sirvió para evitarme volver a encontrarme en el mismo lugar. Esta vez tengo treinta años. No me visto tan adolescente (el adverbio tan modaliza, el adverbio tan modaliza…) y de repente estoy con el mismo engendro del mal que cuando antaño. La diferencia radicaba en que se me ocurrió la posibilidad de irme un finde…y todo debería explicarlo también.

El finde anterior a este, estuve a punto de rajarme como cada oportunidad que tengo para escaparme. Por razones que no vienen al caso, (digamos, dejar plantado en dos oportunidades a quien puede curarme el corazón para ir corriendo a lo de quien me lo congela, pongámosle), un martes (mi colaborador gay me diría “claro, ud es la de los martes!” ), mi incontinencia verbal ante no entiendo qué estupidez, y mirar donde no debía mirar. A veces me pasa que de repente miro una vidriera y de repente veo que esa remerita Raphsodia me quedaría divina, y me pasa que cuando la tengo me veo como un canguro boxeador. Y de repente en la misma situación pensé que sería divertido (sí, confieso, el adjetivo fue “divertido”) irme con ÉSE que me cedió la cama. Claro que demás está decir que ESE sigue siendo ese que siempre me otorgó una cama vacía y fría. En fin. Esta vez no había de qué escapar. O quizás si lo había, yo no lo quise ver. Interesantemente yo no quise ver que se me venía un fin de semana de bolsitas en ojos y de ojeras por doquier y de ojotas en la playa y de ojos rojos dando vueltas. Y de ojete que iba a salir bien. Nada podría salir bien de ese tipo de cosas. Nada puede salir bien de la conjunción planetaria. Eso lo sé hace tiempo. Lo sé desde que lo miré con los ojos gigantes con lágrimas. Y lo sé cuando me despierto y lo veo dormir. También lo sé cada vez que me encuentro en la situación de conocer a alguien y que me llegue a movilizar un poquito el dedo chiquito del pie, y entonces veo que no tienen los ojos tan saltones y ahí me siento como una imbécil y me termino tomando tres destornilladores para ponerme más Torrisi quien me recuerda cada vez que flaqueo que no hay nada bueno que pueda sacar de esto….

Y es entonces que me veo perdiendo un micro. Inconsciente que se lo llama. Me veo entregando una tarjeta SIM y mi efectivo. Una inconsciente directamente. Me veo a mí misma mirando al lado del asiento y viendo cómo duerme con su jean (porque le critiqué el tema de viajar en Joggineta y sin embargo, viajó en jean y NO LO PIENSO VER COMO UN GESTO SINO COMO ACTIN´). Me veo bajando y tomando un colectivo ante la sorpresa de que Gessell esté tan igual y yo esté filmando el primero de la serie de videos. Llegada al lugar, me encuentro con que es una KABAÑA de esas con las que uno sueña, y no va con determinadas personas. “Esto es genial”, pensé mientras me sonreía viendo que éramos dos impostores.Las sábanas eran más suaves que las del mejor hotel que conocí en mi vida! Yo, que por mi profesión solía camouflarme en todos los hoteles de primera clase y hasta he dormido –en casos de errores en las reservas que de ese modo trataron los gerentes de repararen suites especiales para noches de bodas o para huéspedes VIP, nunca sentí en mi piel fibras tan suaves como las de esas sábanas de seda suave, que olían a lima o a capullitos de bergamota en vísperas de la apertura de sus cálices. Y de hecho el juego iba a ser ése. Yo iba a jugar a que era lo que no soy, y viceversa. Y yo iba a relajarme. Lo juro. Confieso que eran mis intenciones. No pude con la pileta. No pude con el sauna. Y menos pude con ver que a cuatrocientos Km las cosas pueden ser tan distintas. Duplicidad de pensamientos que radicaban en que lo que estaba viviendo no era real, porque era algo que no significaba nada, porque no cambiaba nada de lo que había. Pero tampoco siendo necia, digamos, algo tiene que cambiar. Y cual perro de Pavlov, no pudiendo manejar nada de lo que veía/pasaba/dolía/sentía. Uno no habla cuando se va a relajar. Uno se relaja y es. Ese era el problema: que yo terminé siendo aquello que el otro no se banca, la minita.

La minita es la peor de mis personalidades. Es la que tiene LA KARencia. La que pide mimos, abrazos y que cual felino se acurruca para que le rasquen la panza. Espantosa imagen para quien construye de sí misma un KAmpo minado. Espantosa imagen cuando me veo yendo a dar un beso y que te congelen con un irónico “ayyy ella está cariñosa!!” y te das cuenta de que estás quedando como la peor imagen de Mr Bean y claro, que no tenías que ir a dar nada porque la esencia de las personas no cambia en ningún lugar. Mi error sería creer que se puede cambiar al otro. Mi error fue pensar que un lugar alejado serviría para poder descomprimir, y que no hubiese más tortazos de merengue en la frente. Error de principiante. Desde hace meses me arrojo ante el más mínimo indicio de que algo pueda haber, viendo si puedo atajar algo que no sé si es una pelota, una paleta o una paloma. Y de repente me veo como él mismo dice “atrapado con una lamia”. Es verdad que quizás yo le haya sacado energía vital en un día. Pero, el lo hizo durante los últimos meses y el que avisa no traiciona…y ya ni me sale decir el “la vamos surfeando” porque la tabla está demasiado sucia, y sería bueno colgarla para exponerla como se haría con el registro de las fotos que no existen porque no hay nada que ver, no hay nada que registrar, uno no registra la infamia de un acto, actin o lo que sea. Uno no pasa los días buscando falsas pistas en una falsa búsqueda del tesoro. Hay esto, o esto es lo que hay y es el vacío de vuelta de una cama fría que nuevamente me choco con pensar que va a ser tibia (ni siquiera pido que esté caliente, pido que esté tibia, y me duele la cabeza de cada vez que alguien me pregunta por cómo mierda la pasé porque no puedo contestar. Porque debería ser consecuente y decir: “bien, la verdad que bien, fue una fantochada”, o quizás podría decir que “lo pasé genial, salvo que me hubiese gustado más tener filtros”, o por qué no un dignísimo “nota mental: debut y despedida”. Y me encuentro tratando de mandar unas fotos por mail como si quisiera exorcizar la máquina a la vez que me exorcizo la cabeza del recuerdo de lo que no tenía que haber hecho, porque la que cambió una vez que subí al micro fui yo.

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